
27 Jul SOBRE LIBRETOS DE ÓPERA Y UNA CENA SIN FREGAR
Entre los géneros literarios con menos entusiastas se cuentan los libretos de ópera.
Se les suele estimar meros porteadores de la música, sin que, salvo casos muy contados, sus autores hayan asomado a los panteones culturales. Sería curiosa la estadística sobre cuántos, entre quienes han canturreado “La donna é mobile”, sabrían asociar estas palabras con quien las escribió –para no jugar a los acertijos, fue Piave-.
Al contrario, es frecuente que se les dediquen recuerdos para subrayar sus gafes; como el de “La muda de Portici” de Auber –hoy no se representa, pero en su día produjo tal entusiasmo que a la salida del teatro se declaró la independencia de Bélgica-, en cuyo último acto la soprano se lanza al cráter del Vesubio desde el jardín del gobernador español (¿), o la muerte de la protagonista en “La vida breve” de Falla, tan repentina al ver a su novio con otra que el día del estreno un médico saltó al escenario y se abrió paso entre el coro para asistir a la cantante.
Otras veces el desajuste consiste en una réplica inadecuada. Vallejo Nájera, en “Locos egregios”, describe la escena de Don Giovanni en la que la heroína, en el estado de zozobra que cabe suponer del trance, describe a su prometido cómo ha sido forzada por un desconocido, que además ha matado a su padre. Dice Vallejo (la cita no es literal): “¿Y qué pensaran ustedes que dice semejante cretino?: Nárrame ese extraño suceso” Hombre, el cretino no es el tenor, que recita lo que hay escrito, y el libretista, el abate Da Ponte, tampoco lo era en absoluto; pero hay que reconocer que en este caso concreto “la pinza é andata”.
Pese a tener el peor oído posible sin que medie intervención quirúrgica, a mí me encanta la ópera.
Seguramente se deba a que, según me diagnosticó cierto día un amigo músico, tengo el peor oído posible sin que medie intervención quirúrgica y sin embargo me encanta la ópera, pero yo me lo paso bien con los libretos, sobre todo con los del bel canto y el primer Verdi, es decir, cuando sobre el escenario ya pasan cosas y no se describen meramente los estados de ánimo pero la ópera es todavía ingenua, ajena a las sofisticaciones de Puccini o de Strauss –un inciso: los libretistas de éstos, de un lado Illica y Giacosa, de otro Hoffmansthal, fueron unos escritores grandísimos.
Claro está que aquéllos –los libretos del bel canto- son grandilocuentes, reiterativos y en muchas ocasiones forzadísimos; pero las estrofas tienen un ritmo fantástico, en su esquema más habitual que es el decasílabo heroico (4-3-3 sílabas, “va pensiero / sull’ali / dorate”) o en esas combinaciones tan cantables de verso esdrújulo con verso llano: “un dí se ben rammentomi / o bella t’encontrai, / mi piacque da te chiedere / e intesi che qui stai” (último acto de Rigoletto, para muchos el mejor cuarteto de toda la ópera).
Pero es que además se aprende muchísimo leyendo libretos; sobre estructura teatral, si a uno le interesa el tema –no es que me haya aprovechado mucho; pero algún partido le saqué en “La balada de la reina descalza”, drama en cinco actos que disfracé de novela porque no lo iba a estrenar nadie y en cambio por aquellos tiempos (1995) Círculo de Lectores aún se prestaba a estas cosas.
La balada de la reina descalza, drama de cinco actos disfrazado de novela.
Como los libretos suelen venir en versión multilingüe (a menudo en cuatro idiomas), también son una herramienta fantástica para avanzar en alguno e incluso para compararlos todos, en ocasiones de forma muy divertida. Por ejemplo en la versión de “El gato montés” de Deutsche Gramophon, siguiendo los intentos del traductor por trasladar las conversaciones entre bandidos de Sierra Morena o banderilleros. “Long live to the mother who bore you and the gracious priest who baptised you”, o sea, “que viva la madre que a ti te parió y el cura gracioso que te bautizó”; o, por olé y requeteolé, “ole and ole again”. Claro que en francés si al toro se le hace dar vueltas, “talmente un ventilaó”, “il était tellement comme un apareil de vent”.
Por último los libretos tienen otra utilidad derivada: suministran argumentos para nuevas obras. Atendido que en este apartado media el compromiso de aportar ejemplos propios, con independencia de su calidad, vamos con el caso.
Estamos en el primer acto de la Traviata. La fiesta en casa de Violeta ha terminado, los invitados han acabado por agotar hasta a la orquesta –tienen que cantar el coro de despedida a capella- y la heroína queda sola, lista para uno de los soliloquios más célebres de la ópera. Quizá demasiado sola; y no me refiero a la ausencia de un amor, sino a cómo le han dejado la casa.
La Traviata, de mi próximo libro, Pensando en Esmeralda.
Ha partido el tropel de invitados
cantando a capela
y la noche los ha diluido
detrás de la puerta.
Las bandejas desnudan su plata,
vacías de tostas,
y en desorden de corros truncados
las sillas reposan.
Los cigarros en los ceniceros,
mojados y romos,
hacia el techo remontan sus tufos
fumándose solos.
Las mesitas rebosan de copas
de bordes untados
y en los posos del vino hay disuelto
carmín de los labios.
Las arañas de luz aún llamean
en busca de sombras
que atraviesen la pista de baile
trenzando otra polca.
La Traviata acaricia doliente
las notas del aria
y la cuerda comparte con ella
la voz de nostalgia.
Si la fiesta, según dicen todos,
fue un éxito pleno,
¿por qué explaya Violeta su canto
con tal desconsuelo?
Quizá sabe que a tales veladas
se acude con máscara
y los brindis que todos corean
son sólo palabras;
que el tenor rico y joven es otro
amor imposible,
uno más que sumar a su lista
de fémina libre.
Tal vez sea que ha visto en la luna
veraz de un espejo
nuevos frunces cerrando en paréntesis
sus ojos de enebro;
o al toser ha añadido otra vez
al tul del pañuelo
un bordado de malos augurios
con hilo bermejo.
O quizá –por dar una variante-
más bien se plantea:
si está sola en la inmensa casona
quién friega la cena.
Nicole
Posted at 04:06h, 07 noviembreIncreíble, muy interesante