MANUAL PARA CAZAR MUSAS

Las musas con Apolo

MANUAL PARA CAZAR MUSAS

O musos, que es obvio que la inspiración entre géneros puede actuar en cualquier sentido, y, como otra aclaración necesaria en los tiempos que corren, sin violencia sobre unas ni otros; siempre que estén dispuestos a dejarse cazar.

Cómo afrontar la temible página en blanco.

Valga como un pequeño alto en los loores al libro electrónico con los que ha comenzado esta sección, motivado por una cuestión que me han planteado: cómo afrontar la temible página en blanco, que según un extendido tópico literario constituye la pesadilla de todo escritor. Cabe imaginar que como el lienzo en blanco para el pintor, o la partitura en blanco para el músico, o la pieza de mármol de cualquier color para quien vaya a esculpirla.

Como opinión personal, huelga decir que no necesariamente válida y ceñida a la novela, ninguna página debería estar en blanco. Un autor no pone los dedos sobre el teclado para ver hacia dónde los dirige el hormigueo. Esa página se insertará en un capítulo y éste formará parte de una trama estructurada, en ella intervendrán unos personajes a los que se habrá dotado de unos caracteres y atribuido determinadas circunstancias. Son estos elementos –tema, estructura, hechos previos, personajes- los que están en blanco al comienzo de la novela, de gestación indeterminada mientras no adquieran color. Una vez elegidos para avanzar sólo se necesita resolver alternativas: recontar las posibilidades que se ofrecen y determinar la más conveniente entre ellas.

Haber musas, haylas.

De todas maneras, lo hayamos hecho artística o patosamente, a cuántos nos hemos atrevido con una novela nos consta que haber musas, haylas. No suelen aparecerse, ni tienen por qué ser antropomorfas (aviso para correctores apresurados: anthropós vale igual para hombre que pare mujer). Pueden consistir en ese vientecito cerebral que de repente despeja la bruma, en esa frase cuyas palabras parecen haber convergido por decisión propia, en esa imagen archivada en nuestro google interior que parece haber activado la tecla enter por sí sola. Sólo ponen una condición: que el destinatario tenga activada la conexión para recibirlas. Si ven que pierde la ocasión se enfadan y no es fácil que vuelvan.

Para quien no lo haya vivido, o al menos creído que lo vive, es mejor explicarlo con ejemplos. Como regla autoimpuesta en este blog, no vale teorizar sin aportar contrastes propios; pero en materia de inspiración no voy a ser tan pedante como para aportar paradigmas. Otra cosa será que al final el tema sirva para la propaganda (legítima) de alguna novela propia.

Será mejor traer ejemplos de unas cuantas películas, integrantes de cierto género: el del arte sobre cómo se crea el arte. Admite casi todas las variantes posibles: cómo se pinta un fresco (véase “El tormento y el éxtasis”), un óleo (“La joven de la perla”) o se compone una escultura (“El artista y la modelo”, de Trueba antes de que le diese por opinar); cómo se escribe un drama (“Shakespeare in Love”), una obra musical (la serie “Smash”) o se componen una o varias óperas (por todas “Amadeus”) o una película (“La noche americana”) o se trasvasa al cine una novela (“Dulce libertad”) o se inventa magia escénica (con todas sus exageraciones, “El truco final”); y el cuadro de posibilidades aún podría extenderse bastante.

La Flauta mágica, escenario de musas.

Tranquilos que, al menos en este post, sólo se trata de dar dos o tres ejemplos sobre ese preciso momento del que hablábamos antes, el de captura de la musa; evidentemente porque el artista está cualificado para atraparla, pero también porque anda atento.

Empecemos por la que me parece la mejor escena sobre el tema: en “Amadeus” la suegra de Mozart le reprocha, con duras palabras y en un tono afiladísimo, que no es capaz de mantener a su hija como ésta merece. Se nos sirve el primer plano tal y como lo estaría viendo el músico mientras ella grita lamentando la suerte de Constanza y niega que él merezca siquiera sujetarle el orinal. En cuyo momento, al llegar al sobreagudo, todo se vuelve negrura estrellada a su alrededor, la mujer en una soprano subida a un trapecio y la Reina de la Noche arranca con sus florituras de “La flauta mágica”.

Otra con menos dosis de sublimación, de “Shakespeare in love”: en el Londres isabelino un predicador callejero brama contra la pecaminosidad inherente a las obras dramáticas, se representen en el Globe o en el de la Rosa. Justo cuando Shakespeare pasa por allí levanta un brazo en actitud impetrante y desea: “¡La peste caiga sobre los dos teatros!”. Vemos que el autor chasca los dedos y por el momento no hay más. Media película después Mercutio, al caer estoqueado en la riña entre Montescos y Capuletos, repite el gesto y pide: “¡La peste caiga sobre los dos familias!”. Lo único con lo que William se ha quedado del sermón del predicador es con la fuerza de la frase.

La liberación de Andrómeda, mi pequeña aportación a la materia.

Paro aquí porque la materia da para mucho más, habrá que dedicarle otros posts y, acercándonos a una frase mítica en las relaciones entre la literatura española y los medios, aún no he hablado de mi libro. Me atreví con el tema en “La liberación de Andrómeda”, que primero se editó en catalán (Columna 2003), después traducido al polaco (Albatros, de Varsovia, 2008, con el efecto de que leía las comentarios en Google y me ponía muy nervioso porque no entendía una palabra) y tras pasar por la digital de Roca Ediciones ahora he retocado un poquito, dándole más movimiento, para la versión en e-book.

Libro La Liberación de Andrómeda

Más que referirme a escenas concretas, que desmerecerían de las dos apuntadas, creo que para cumplir el deber del ejemplo es mejor resumir el argumento: tómese un pintor joven, que se juega el futuro en un certamen contra maestros de prestigio; enfréntesele al mito de Andrómeda (el de la princesa ofrecida en sacrificio a un monstruo marino, que el héroe Perseo debe salvar) y descríbasele atascadísimo, en este caso ante el cartón en blanco del que tratábamos al principio.

Si las musas tuviesen un teléfono de urgencia sería el momento de marcar el número. Pues como si alguien hubiese llamado, porque bajo la tormenta se acercan unos caballos desbocados, sobre el carro va una chica perseguida por la policía, en la que habría que ser muy zote para no reconocer a la perfecta Andrómeda. Cabe añadir que el pintor vive y trabaja en la iglesia de la que su tío es párroco, de modo que sólo tiene que darle la mano y adelantarla unos pasos para ofrecerle asilo.

La musa ha llegado, la obligación del artista es sacarle rendimiento. Puesto que Andrómeda es amenazada por un monstruo, incluso podemos reforzar su acción con un muso, en este caso siniestro: el policía obsesivo que no piensa cesar en el acoso, hasta que un Perseo lo ponga en su sitio. Al margen del resultado, creo que vale como referencia.

 

 

Joaquín Borrell

lynx@librosjoaquinborrell.com
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