
20 Jul ¿ES INDIANA JONES UN MAL ARQUEÓLOGO?
Salvo los dictadores norcoreanos o los futbolistas de la Liga española, todo personaje público está expuesto a que hablen mal de él.
Implica el derecho correlativo de los demás a hacerlo, siempre que se cumplan tres requisitos que por desgracia suelen quedar relegados muchas veces: conocimiento de causa, motivo fundado y respeto básico. Sin embargo son muchos los que a la hora de poner verde a alguien, al menos en un ámbito igualmente público se frenan en atención a consideraciones que les honran: mira que si estoy equivocado, igual causo un daño excesivo a su reputación, qué opinará su familia, qué mal me sentaría que dijeran eso de mí; o por otros motivos algo menos dignos, por ejemplo “mira que si me la devuelve”.
En cambio todos esos inconvenientes desaparecen cuando el personaje es de ficción. Hombre, tal vez sus creadores reaccionen en la línea antes apuntada para las familias, pero al protagonista no le vamos a causar ningún disgusto y desde luego no es nada probable que nos ajuste las cuentas, salvo en el supuesto, menos previsible todavía, de que también nosotros vayamos a parar a la ficción.
Para sentarle la mano a alguien puede recurrirse a la prosa o al verso.
En el segundo caso suele llamarse epigrama, siempre que sea breve. Suele citarse como epigramista clásico a Marcial, que era un protobaturro. Por citar solamente a los campeones españoles del género, vale la pena buscar ejemplos de la mala uva de Manuel del Palacio (sobre dos pintores, padre e hijo, a los que llamaré equis: “¿Cuál de los dos es peor / de entrambos Equis? Colijo / que el hijo. Pues no señor. / El padre es aún peor / pues es el autor del hijo”) –también tiene poesías serias; pero no- o de Josep Maria de Sagarra –dedicatoria a una cantante de su tiempo: “ets volcànica i mimosa / més p… que les gallines / i pesada com la prosa / de don Pere Coromines”.
De todas formas, dentro de mis conocimientos limitados sobre el género, para mí el campeón del mundo es Giuseppe Belli; un auténtico gamberro poético del siglo XIX, que además rimaba admirablemente en dialecto romano –un ejemplo muy breve: cuando Pío IX andaba dando vueltas al dogma de la infalibilidad pontificia, un fabricante de cerillas llamado Monticelli había puesto a su producto el rótulo de “Las infalibles”. Según Belli “Infallibili due sono: Monticelli e Pio Nono”.
¿Quién es el peor arqueólogo del mundo?
Estoy citando de memoria y ésta falla mucho; de manera que no aseguro que ninguno de los tres ejemplos citados sea realmente de Sagarra, Del Palacio o Belli, que incluso murió siete años antes del Vaticano I. Da igual, porque los tres aún los escribieron mejores. Para mí el mejor verso satírico en castellano, que no es epigrama por largo –en realidad es un soneto- se lo dedicó Lope de Vega a Góngora y a sus imitadores culteranos. Empieza “Boscán, tarde llegamos. ¿Hay posada?” y se encuentra fácilmente en Google. No lo voy a transcribir, porque a continuación pienso insertar unos versos propios; y ya haré un papel suficientemente desairado después de Sagarra y los otros.
Y como quiera que en su momento me comprometí a ser valiente y aportar ejemplos y dado también que, por las razones expuestas al principio, prefiero meter caña a un personaje de ficción, vamos con dicho ejemplo. Para la mayoría de nosotros un arqueólogo es un señor que pasa años de su vida junto a un montón de tierra pasándole de manera muy delicada un pincelito; y que muy de vez en cuando roza algo duro y lo comunica alborozado a sus colegas, que acuden para seguir haciendo lo mismo con los pincelitos propios. Se supone que su objetivo primordial es la reconstrucción del pasado y que ésta requiere conservar cuidadosamente cada uno de sus restos.
Así las cosas, entre dichos científicos ¿quién es el peor del mundo? A mi juicio aquél a quien denuncian los siguientes versitos, que saldrán en esta web con otros –en cuanto esté lista la portada- en “Pensando en Esmeralda”.
Indiana Jones, de mi próximo libro, Pensando en Esmeralda
Profesor Indiana Jones,
que vas de doctor arqueólogo
y no has escrito ni el prólogo
de una tesina, ¡co…!,
andes buscando el Grial,
un idolillo o el arca,
al final queda tu marca,
que es el siniestro total.
Intenta explicar por qué,
sólo a título de ejemplo,
cuando sales tú de un templo
no hay una columna en pie.
Cuánta ilustre arquitectura,
qué prodigios del pasado
en un plisplás te has cargado
por seguir con la aventura.
Da igual un templo preincaico
que una tumba faraónica,
eres la peste bubónica
de lo que es bello y arcaico.
Incorruptos testimonios
guardados por los milenios,
sean iconos armenios
o zigurats babilonios,
subterráneos venecianos,
palacios de reinos muertos
tragados por los desiertos;
cuanto pasa por tus manos
ha de acabar destrozado
igual que en un terremoto;
como el juguete que ha roto
un chiquillo malcriado.
Sólo te tomas en serio
lo de salvar a la chica
que en ayudarte se aplica
por un viejo cementerio;
y al final de tus trabajos,
estrujada por serpientes
y por momias repelentes
y miles de escarabajos,
aún te mira derretida
y te estrecha entre sus brazos
aunque hayáis hecho pedazos
otra cultura perdida.
Toda ruina es inminente
cuando estás tú de por medio;
y aunque acepto, qué remedio,
que caigas bien a la gente,
no es mi caso, ¡vaya gloria
los daños y perjuicios
que causan tus estropicios
al acervo de la historia!
Y añado sin disimulo,
por amateur chapucero,
que la tralla y el sombrero
te los guardes en el mulo.
Conste que en varias de sus aventuras el doctor Jones es acompañado por un mulo, útil para acarrear sus útiles de arqueólogo. También lo sería para llevarse hallazgos, en caso de que algunos llegaran a subsistir.
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