
18 May SOBRE PRINCESAS GALÁCTICAS (Y SOBRE RITMO)
Este apartado del blog se inició con la promesa de justificar las teorías con el ejemplo; y, por manifiestamente mejorables que resulten, tener el atrevimiento de recurrir a los propios y no a los del canon poético. Este post va sobre el requisito del ritmo. Para elegir el ejemplo indicado puede aprovecharse para homenajear a una actriz que se ha ido, Carrie Fisher. Hizo otras cosas en la vida, entre ellas escribir muy bien y con mucha mordacidad, pero para nosotros siempre será la princesa Leia Organa, con una pistola láser en la mano y esos bucles en forma de ensaimadas.
Todo el argumento de la Guerra de las Galaxias, el escrito y el que está por escribir, gira en torno a su imagen holográmica emergiendo de un robot oxidado y pronunciando las frases mágicas: “Sálvame, Obi Wan Kenobi. Tú eres mi única esperanza”. Precisemos que no son la expresión tópica de una damisela del cine clásico. Quien habla es capaz de plantar cara a Darth Vader y en la versión original ni siquiera pide que la salven, sino que la ayuden (help).
Puede ser interesante pensar un momento en el joven Luke Skywalker, ante quien surge el holograma en un taller lleno de chatarra, y descubrir que no es tan improbable como parece que nos encontremos en su lugar. Como este post habla del ritmo, precisemos la fórmula por si la habilidad del autor no basta para transmitirla: unidades hexasílabas, sueltas o en grupos de dos o tres –implica versos de 6, 12 ó 18 sílabas- según requiera el contenido, subrayando los puntos y aparte con la sílaba aguda antes mencionada. Veamos cómo queda.
Tal vez para los que no sean muy cinéfilos convenga una advertencia: las menciones más exóticas corresponden a otra película, Blade Runner; pero es que al final todas se entrelazan.
En los arenales negros de Tatooine
desde una galaxia muy, muy, muy lejana
cayó cierta cápsula
como un meteoro menudo y fugaz.
Iba en su pasaje
un robot chaparro,
que un tal Luke, granjero por aquel entonces,
por esos azares que exige una trama
compró como hierro para reciclar;
y al tuntún, hurgando sus circuitos rotos,
activó una imagen, un tanto borrosa,
en que una princesa con túnica blanca
y dos grandes roscas por regio tocado
pedía vehemente: “Sálvame, Obi Wan”.
“Eres –añadía- mi única esperanza”.
Dejemos de lado cómo continúa:
estrellas mortales, batallas de clones,
los sables de láser que chocan porfiados,
malignos o justos según su color;
y los rayos gamma surcando la puerta de Tannhauser –temo
que estoy confundiendo dos fuentes distintas-
y naves en llamas allá donde acaba la nube de Orión.
Prefiero quedarme con ese holograma
donde una princesa le pide socorro a un chico granjero,
que apenas la entiende,
mas sabe que el mundo desde ese momento no va a ser igual.
Todo el mundo puede topar tal mensaje
un día cualquiera, caído del cielo.
Tal vez la princesa no vista una túnica ni lleve rodetes;
puede tener forma de pálpito, idea,
incluso de fórmula.
Reconócela.
Siempre será Leia que llama al rescate
desde la negrura de una nave insignia
donde aguarda presa.
No te desentiendas: si cayó a tu paso,
tú eres Obi Wan.
Ponte a la faena, busca un sable láser
-seguro que hay uno brillando a tu alcance-,
afronta sin miedo la jeta de Vader
y entonces la fuerza te acompañará.
Dicho lo cual, para que los que no tengan un interés particular en la preceptiva poética puedan dar el experimento por concluido, vamos con ella. Dentro del ámbito de este blog, forzosamente modesto, se está defendiendo que la poesía necesita reglas; recalcando una y otra vez que se admite sin problemas la opinión contradictoria. Si hacemos caso del Diccionario de la R.A.E., quizá se imponga una precisión: con propiedad no se está hablando de poesía, que se define como manifestación de la belleza o del sentimiento estético por medio de la palabra –por poner un solo ejemplo, me cuesta encajar a Bukowski en el concepto- sino de verso: palabra o conjunto de palabras sujetas a medida y cadencia, o sólo a cadencia.
Vamos, que la rima no es ingrediente necesario. Desde luego es preferible prescindir de ella cuando va a resultar forzada, como suelen violentarla los guionistas o dobladores del cine cuando un personaje debe hablar en verso –por ejemplo terminando todas las frases con verbos del mismo tiempo y persona y atribuyéndolo a Shakespeare o a Rostand-. Lo que la pide la Academia, creo que con razón, es música. Veamos si no cómo define la cadencia: serie de sonidos y movimientos que se suceden de un modo medido o regular. En la siguiente acepción lo estropea un poco al hablar (más o menos) de la proporcionada y grata combinación de acentos y pausas, así en la prosa como en el verso; lo que conduce, como estiman muchos, a fijar la diferencia entre los dos géneros en el número de veces que se utiliza la tecla enter.
Otra cosa es que usemos la tecla como recurso para marcar las pausas, lo que me parece válido. Me explico: la medida no significa que todos los versos tengan las mismas sílabas, sino que el número de éstas quede reglado. No hace falta traer los ejemplos clásicos de la silva, que combina versos de siete y once, o de la seguidilla, de siete y cinco, porque hay muchos supuestos igual de válidos, que incluso mezclan un número par con otro impar. En estos casos el cambio de renglón ayuda eficazmente al oído. Para marcar los cambios de estrofa, que equivaldrían al punto y aparte, me permito recomendar un truco sencillo: terminar en acento agudo, de ser posible con la misma vocal que el cambio anterior.
No sé si ha quedado convincente, con o sin el ejemplito previo. Habrá que dar más vueltas a la materua.
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