CUESTIÓN DE RITMO

CUESTIÓN DE RITMO

 

CUESTIÓN DE RITMO

 

Es difícil aportar ideas nuevas al viejísimo debate entre el verso rimado y el libre, que Borges –y eso que lo practicaba en abundancia- llamaba borrador de verso. Oyendo a los defensores de una y otra modalidad se comprueba que en ocasiones no se trata de plantear cuestiones teóricas sino de fundamentar una opción personal, derivada a su vez de las habilidades propias.

Hace tiempo, en un artículo de El País cuyo autor lamento no recordar, leí un argumento convincente contra la rima. Más o menos rezaba: “cuando vayas a rimar dos versos, piensa en las últimas películas porno de las que hayas oído”. Ponía un par de ejemplos, del estilo de “Los seguratas se lo montan a cuatro patas” y preguntaba: “¿Puedes mejorarlo? No. Pues entonces verso libre”.

En cambio no me convence nada el argumento más habitual: que la rima y el metro impiden la expresión genuina del sentimiento, que es en lo que consiste la poesía. A ver si me explico: uno puede expresar sus emociones golpeando una cacerola o escribiendo la Novena de Beethoven. Lo primero requiere una cuchara y algo de fuerza y por tanto se halla al alcance de mucha gente; lo segundo dominar las reglas técnicas de la composición, la orquestación y el contrapunto.

Habrá quien lo considere antidemocrático; pero es que el artista propiamente dicho es el que hace cosas que nos resultan inasequibles a los demás.

¿Una opinión personal, que no tiene por qué interesar a nadie? La rima es un instrumento. Si viene a cuento y es natural mejora la obra; si no la desfigura e incluso la puede conducir al indeseable terreno del ripio.

A mi juicio lo que distingue la poesía de la prosa disfrazada –es decir, la que no apura las líneas empleando a troche y moche la tecla enter- es el ritmo. Sería fantástico manejar un idioma como el griego antiguo, en el que dicho ritmo podía marcarse (arsis y tesis) mediante el acento de intensidad contenido en las palabras. El nuestro tiene otras ventajas, pero para este manejo resulta lamentablemente monocorde.

Sin embargo en el llamado arte mayor –digamos que a partir de las nueve sílabas por verso- el oído sí que capta esa música mediante la colocación de las vocales tónicas. Por ejemplo, oigamos a Rubén Darío:

“Ya llega el / cortejo, / ya se oyen / los claros / clarines, / la espada / se anuncia / con vivo  / reflejo”.

Es el ritmo anfíbraco de los griegos, grupos con tres sonidos vocálicos y el golpe de voz en medio; el mismo de “patata”, si eso de anfíbraco suena a invento rebuscado.

Por seguir con los ejemplos, una sílaba átona –si lleva acento a éste lo absorbe el siguiente- y tres anfíbracos dan un decasílabo como éste:

“La fortuna es galera liviana

indefensa al albur de los vientos,

hoy esponja sus velas ufana

para hundirse mañana en el mar.”

Inicial-tres-tres-tres, cada una con acento en medio. Los aficionados a la ópera lo reconocerán enseguida, porque es el más usado para los coros: “Va pensiero / sull’ali / dorate, / va ti posa / sui rivi / sui colli”.

Por supuesto los acentos son más difíciles de manejar que la tecla Enter y por eso la composición poética requiere aplicar algo más de oído y de vocabulario, para encontrar alternativas, que los que usamos en el habla común. Pero es que no todos podemos ser futbolistas no ya de Primera División, sino de Segunda Regional, aunque nadie pueda negarnos jugar al fútbol con los amigos.

Resumiendo –por si a alguien le sigue interesando-: verso libre sí, cuando uno siente verdaderamente que la rima estorba, pero o hay ritmo o hay prosa.

Hay un truco sencillo para crear una modalidad intermedia: una rima asonante al final de cada estrofa, a ser posible en sílaba aguda, algo así como en un compás de orquesta el golpe de la percusión.

Y como se han comprometido ejemplos propios, con fortuna o sin ella, vamos con uno. Ya que hablamos de griegos antiguos, homenajeemos –es una forma de hablar- a una de sus diosas: Eris, la de la discordia, que igual hacía empezar la Guerra de Troya que provocaba una riña entre vecinos. Aviso: a once sílabas con acento en segunda, sexta y décima se le llama endecasílabo heroico, aunque el tema no lo sea. A ver cómo queda:

Tal vez hayas estado en Cabo Sunion

y visto cómo baña el sol naciente

con oro las columnas submarinas

del templo especular de Poseidón.

Seguro que, aunque sea en la distancia,

distingues, recortada en un trasfondo

azul como los iris de la diosa,

la grácil majestad del Partenón.

Quizá viajaste a Éfeso y cruzaste

su dédalo de mármoles simétricos,

igual que un bosque blanco que Artemisa

recorre sobre un haz de luz lunar;

o has ido a conocer la voz de Apolo

que en Delfos, susurrante entre laureles,

cimbrea el frenesí de la sibila

a lomos de la piedra umbilical.

En cambio no conoces ningún templo

alzado en mi homenaje, en que reciba

el humo aplacador de las ofrendas

o entonen himnos sacros en mi honor;

ni nadie vierte sangre por placerme

o cuelga sus exvotos, devolviendo

según la corta escala del humano

la efímera bondad de algún favor.

¿Por qué, si soy olímpica igual que ellos?

Y aún más poderosa, que a capricho

en títeres los vuelvo, manejando

las cuerdas de su etérea vanidad.

Con sólo una manzana, recordadlo,

en dos partí el senado de los dioses.

Jamás creció el torrente de la guerra

si yo no destapé su manantial.

Sé hacerme diminuta, indistinguible,

igual que una bellota en el mantillo

latente que de pronto, impetuosa,

germina como roble abrumador.

Soy Eris, la que alienta la discordia

e infiltra las agujas de la envidia,

los celos, la carcoma del agravio

que horada y que ennegrece el corazón.

Doy gotas de veneno, sabiamente

disueltas en brebajes cotidianos,

la innata hostilidad a quien nos gana,

el miedo que suscita el que es dispar.

Yo avivo la memoria en que fermentan

las ansias de revancha, mi soplido

impulsa la calumnia, mariposa

que esparce polen sucio al revolar.

El fuego que yo enciendo no crepita

ni humea, pero extiende en el subsuelo

su red y cuando aflora ya no hay nada

que pueda sus hogueras extinguir.

¿Entiendes por qué nadie me ha erigido

un templo con columnas y frontones?

Resulta innecesario; tú lo albergas,

lo tienes que aceptar, dentro de ti.

 

Libros relacionados: Pensando en Esmeralda

Joaquín Borrell

lynx@librosjoaquinborrell.com
1Comment
  • Juan Carlos Arnau
    Posted at 01:09h, 02 junio Responder

    Aunque no estoy muy familiarizado con poesía y verso, ni con la ópera, me ha resultado muy ameno e interesante

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