ANIMALANDIA

ANIMALANDIA

 

ANIMALANDIA

 

Aunque sé de algún crucigrama que para rellenar cinco casillas definía: “célebre futbolista griego”, la verdadera profesión de Esopo era la de fabulista. Murió en el 565 a.C.; lo que significa que el oficio tiene una antigüedad muy estimable. Hasta fecha relativamente reciente no ha dejado de tener practicantes ilustres, sean de ésos de que se contestan en concursos de televisión –por ejemplo La Fontaine- o nuestros Iriarte y Samaniego.

No quiere decir que en la actualidad de la ficción falten los animales, y obviamente no hay que atribuir ningún doble sentido a la expresión. Al contrario, abundan más que nunca. La Patrulla Canina, o Gatuno, Buhita y Gecko, que mis nietos de dos años citarían si se les preguntase por la cuestión, no son más que eslabones mínimos en una lista muy larga integrada en la animación, aunque la de los animales propiamente dichos en el cine –King Kong, Rintintín o la mula Francis-, incluso ese desventurado cocodrilo al que siempre faltaba un poquito para morder a Tarzán- todavía más antigua y mayor. Incluso conviene recordar que el género fábula también abarca a las cosas protagonistas; por ejemplo, la tetera y el candelabro de la Bella y la Bestia.

Sin duda muchos de estos casos encajan en el concepto tradicional de la fábula, que, recordemos, no se conforma con el rango de los personajes. También exige moraleja, es decir, algún tipo de enseñanza didáctica o moral. Tal vez el requisito ayude a entender la causa de que en la  poesía, que fue el género en el que nacieron, se han hecho tan raras que casi pueden darse por inexistentes: es que en cuestión literaria y en estos tiempos quien enseña da lecciones; y se supone, incluso a niveles muy altos, que eso implica una petulancia inadmisible, porque al fin y al cabo ¿quién puede saber más que el lector?

Es una lástima, porque practicar el género puede ser muy divertido. Empecemos desmintiendo lo de la petulancia. Quizá ese supuesto lector, que en el fondo ni siquiera existe fuera de las aprensiones de las editoriales, sí que acepte que mediante ejemplos ajenos –y tan ajenos, dado que evidentemente él no es un animal- se le ratifiquen algunas de las cuestiones que ya sabe, o se le ofrezcan contrastes que rebatir. Y en cambio es seguro que muchos agradecemos cualquier tipo de lección, porque necesitamos recibirlas en cantidad, aunque nos reservemos la posibilidad de discrepar de ellas.

Dicho lo cual adelante con el ejemplo que quedó prometido. Tiene que ver con la emigración y las protagonistas son dos células integrantes de nuestro torrente sanguíneo. Vamos allá.

 

Por la purpúrea corriente,

tumultuosa y bravía

de la arteria femoral

dos linfocitos navegan,

del sistema inmunitario

la más selecta unidad.

Oigamos lo que conversan

sin relajarse en la alerta,

que es tarea principal;

pues ante el menor descuido

saben desplegar los virus

su estrategia criminal.

-Menudo día llevamos.

-Hemos encontrado antígenos

hasta en zona capilar.

-Es culpa de las plaquetas.

Dejan pasar cualquier cosa

con tal de no trabajar.

-¡Atención! Allí va otro.

-Apuntándole un epítopo;

preparados, listos, ya.

-En el blanco.

              -Como siempre.

Siendo cadete en la médula

ya me llamaban el as.

-¿Tienes muestras?

                  -Suficientes.

-Pues mándalas a la base

para poderlas clonar.

-¿Sabes lo que pienso?

                      -Dime.

-Que este ritmo de zozobras

ya no puede durar más.

Tú sabes que del exceso

de trabajo no me quejo

ni me quejaré jamás.

Pero son ya demasiados

los intrusos que amenazan

nuestro equilibrio vital.

¡Y es tan frágil la frontera!

Unos endebles folículos,

sencillos de penetrar.

Las vías respiratorias

lo admiten todo, la glotis

carece de autoridad.

O subimos los niveles

de respuesta contundente,

con energía ejemplar,

o los ruines antígenos

nuestro organismo preciado

un día dominarán.

Espera, que veo otro.

Anda listo. Los macrófagos

ya tienen qué merendar.

-¿Seguro que era enemigo?

Desde aquí me ha parecido

una célula normal.

-Señal de que eres un blando,

de los que contemporizan

porque sí con el rival.

Además, si median dudas

es siempre más conveniente

pasarse que no llegar.

¡Ahí van más!

             -Que éstas son nuestras.

-Pues ya me las he cargado.

Y en el fondo qué más da;

que en el campo de batalla

no hay amigos cuando estorban

el programa militar.

-Otras cinco.

           -Te las cedo.

Dale gusto a tus epítopos.

-No las tengo que fallar.

 

Aclaremos que el supuesto hace referencia a una miastenia, temible enfermedad neuromuscular derivada de un error del sistema inmunitario: los anticuerpos atacan a las células propias, en este caso las portadoras de acetilcolina, que es la sustancia que permite la contracción muscular. Parece que lo que dispara el error es un exceso de animadversión hacia los antígenos, sustancias extrañas al organismo, el cual provoca que los linfocitos empiecen a disparar antes de preguntar.

 

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Joaquín Borrell

lynx@librosjoaquinborrell.com
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