
16 Jun ANIMALANDIA
ANIMALANDIA
Aunque sé de algún crucigrama que para rellenar cinco casillas definía: “célebre futbolista griego”, la verdadera profesión de Esopo era la de fabulista. Murió en el 565 a.C.; lo que significa que el oficio tiene una antigüedad muy estimable. Hasta fecha relativamente reciente no ha dejado de tener practicantes ilustres, sean de ésos de que se contestan en concursos de televisión –por ejemplo La Fontaine- o nuestros Iriarte y Samaniego.
No quiere decir que en la actualidad de la ficción falten los animales, y obviamente no hay que atribuir ningún doble sentido a la expresión. Al contrario, abundan más que nunca. La Patrulla Canina, o Gatuno, Buhita y Gecko, que mis nietos de dos años citarían si se les preguntase por la cuestión, no son más que eslabones mínimos en una lista muy larga integrada en la animación, aunque la de los animales propiamente dichos en el cine –King Kong, Rintintín o la mula Francis-, incluso ese desventurado cocodrilo al que siempre faltaba un poquito para morder a Tarzán- todavía más antigua y mayor. Incluso conviene recordar que el género fábula también abarca a las cosas protagonistas; por ejemplo, la tetera y el candelabro de la Bella y la Bestia.
Sin duda muchos de estos casos encajan en el concepto tradicional de la fábula, que, recordemos, no se conforma con el rango de los personajes. También exige moraleja, es decir, algún tipo de enseñanza didáctica o moral. Tal vez el requisito ayude a entender la causa de que en la poesía, que fue el género en el que nacieron, se han hecho tan raras que casi pueden darse por inexistentes: es que en cuestión literaria y en estos tiempos quien enseña da lecciones; y se supone, incluso a niveles muy altos, que eso implica una petulancia inadmisible, porque al fin y al cabo ¿quién puede saber más que el lector?
Es una lástima, porque practicar el género puede ser muy divertido. Empecemos desmintiendo lo de la petulancia. Quizá ese supuesto lector, que en el fondo ni siquiera existe fuera de las aprensiones de las editoriales, sí que acepte que mediante ejemplos ajenos –y tan ajenos, dado que evidentemente él no es un animal- se le ratifiquen algunas de las cuestiones que ya sabe, o se le ofrezcan contrastes que rebatir. Y en cambio es seguro que muchos agradecemos cualquier tipo de lección, porque necesitamos recibirlas en cantidad, aunque nos reservemos la posibilidad de discrepar de ellas.
Dicho lo cual adelante con el ejemplo que quedó prometido. Tiene que ver con la emigración y las protagonistas son dos células integrantes de nuestro torrente sanguíneo. Vamos allá.
Por la purpúrea corriente,
tumultuosa y bravía
de la arteria femoral
dos linfocitos navegan,
del sistema inmunitario
la más selecta unidad.
Oigamos lo que conversan
sin relajarse en la alerta,
que es tarea principal;
pues ante el menor descuido
saben desplegar los virus
su estrategia criminal.
-Menudo día llevamos.
-Hemos encontrado antígenos
hasta en zona capilar.
-Es culpa de las plaquetas.
Dejan pasar cualquier cosa
con tal de no trabajar.
-¡Atención! Allí va otro.
-Apuntándole un epítopo;
preparados, listos, ya.
-En el blanco.
-Como siempre.
Siendo cadete en la médula
ya me llamaban el as.
-¿Tienes muestras?
-Suficientes.
-Pues mándalas a la base
para poderlas clonar.
-¿Sabes lo que pienso?
-Dime.
-Que este ritmo de zozobras
ya no puede durar más.
Tú sabes que del exceso
de trabajo no me quejo
ni me quejaré jamás.
Pero son ya demasiados
los intrusos que amenazan
nuestro equilibrio vital.
¡Y es tan frágil la frontera!
Unos endebles folículos,
sencillos de penetrar.
Las vías respiratorias
lo admiten todo, la glotis
carece de autoridad.
O subimos los niveles
de respuesta contundente,
con energía ejemplar,
o los ruines antígenos
nuestro organismo preciado
un día dominarán.
Espera, que veo otro.
Anda listo. Los macrófagos
ya tienen qué merendar.
-¿Seguro que era enemigo?
Desde aquí me ha parecido
una célula normal.
-Señal de que eres un blando,
de los que contemporizan
porque sí con el rival.
Además, si median dudas
es siempre más conveniente
pasarse que no llegar.
¡Ahí van más!
-Que éstas son nuestras.
-Pues ya me las he cargado.
Y en el fondo qué más da;
que en el campo de batalla
no hay amigos cuando estorban
el programa militar.
-Otras cinco.
-Te las cedo.
Dale gusto a tus epítopos.
-No las tengo que fallar.
Aclaremos que el supuesto hace referencia a una miastenia, temible enfermedad neuromuscular derivada de un error del sistema inmunitario: los anticuerpos atacan a las células propias, en este caso las portadoras de acetilcolina, que es la sustancia que permite la contracción muscular. Parece que lo que dispara el error es un exceso de animadversión hacia los antígenos, sustancias extrañas al organismo, el cual provoca que los linfocitos empiecen a disparar antes de preguntar.
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