VENGO A HABLAR DE MI LIBRO

VENGO A HABLAR DE MI LIBRO

 

VENGO A HABLAR DE MI LIBRO

Y a pedir disculpas, por mucho que se haya convertido en frase hecha lo que fue una grosería de Francisco Umbral. Sin embargo a estos posts no me ha invitado nadie, de modo que tampoco falto a ninguna regla de cortesía si por una vez –imagino que habrá más- los utilizo para un poco de propaganda.

Y es que, tras dar por imposible que se pudiese hablar de literatura con ningún miembro de una editorial –prometo que cuando empecé en esto, a finales de los ochenta, daba gusto hacerlo; claro que los actuales piensan, desde su punto de vista, que tampoco se habla de foie gras con los patos-, hace unos años que decidí olvidarme de ellas y colocar mis libros en una web; ocho entre los publicados hasta ese momento –entre otros Círculo de Lectores, De Bolsillo de Plaza y Janés, Montesinos y Grijalbo-, cuyos derechos ya habían vuelto a ser míos, y unos cuantos más que se les han ido añadiendo. Como estoy descaradamente en propaganda, me permito recordar la web: www.librosjoaquinborrell.com. El más caro está por unos cuatro euros, que ya es bastante más de lo que da una editorial por ejemplar vendido.

Por cierto, de paso me olvidé también de sus correctores; ésos según los cuales una cosa no puede ser blanca como la vela de un barco o la clara de un huevo frito, porque el lector espera que lo sea como la nieve; igual que algo rápido es como el viento, o algo duro es como el hierro. En cambio suelen gustarles los adjetivos antepuestos; como si la gente, al entrar en un bar, pidiese bravas patatas o cortados cafés.

Leí en una entrevista que Ildefonso Falcones, cuando andaba por el millón de ventas de La Catedral del Mar, estaba muy agradecido a los correctores de su editorial –también al profesor de un taller de literatura en el Ateneo de Barcelona-. Pues qué bien lo hicieron.

Bueno, ya que estoy no me resisto a contar una de Mark Twain. En una carta a su editor escribió, más o menos:

“Le devuelvo las rectificaciones propuestas por sus correctores. Por favor, siga mis instrucciones al pie de la letra. Debe formar un cono enrollando los folios sobre un eje. A continuación incremente la dureza del vértice, friccionándolo enérgicamente entre el índice y el pulgar. Cuando la haya adquirido, metáselo por el cu… al mamarracho que ha querido cambiarme la novela”.

Suerte para él que podía hacerlo; y conste que no estoy negando que los que no seamos Mark Twain necesitemos muchas enmiendas. Pero según cuales.

Van cuatro párrafos y aún no he empezado a hacer lo que quería Umbral. Pues a ver si me decido. En rigor no estoy presentando un libro, sino una serie. La componen nueve volúmenes; y antes de que cunda el pánico explicaré que van a ir saliendo de uno en uno, con un par de meses o tres de intervalo. Quien se aburra más de la cuenta con el primero, que no pase al siguiente. Eso sí, por las razones que enseguida expondré se recomienda acometerlos en orden.

En efecto, se trata en primer lugar de la historia de una familia: La Estirpe del Lince, y éste es el título de la colección. Se cuenta que sus integrantes descienden de un lince; y nunca ha quedado del todo claro si se trata de una metáfora, se alude a un antepasado con ese alias o medió un felino de verdad.

Vamos a examinar unos ochocientos años de esa familia. A razón de un siglo por libro, aunque en realidad serán mil –años, no libros- si contamos el apéndice y en el fondo la historia dura más de dos mil quinientos. Y es que una tribu de etnia ibera, los alteanos, encomendaba la presidencia de su asamblea de guerreros a la sacerdotisa de su diosa de la naturaleza, el cargo se heredaba de madres a hijas y esa cultura permaneció latente durante muchos siglos hasta renacer como un reino independiente en el XIII de nuestra era.

Como herencia de dicha cultura, la realeza se sigue transmitiendo solamente a mujeres y por línea de mujer. Aunque ya hace tiempo que se trata de una monarquía constitucional, no han sido reinas a efectos protocolarios. Han mandado de veras, ejerciendo ampliamente –tanto como permitían sus siglos respectivos y en bastantes ocasiones mucho más allá- la libertad que les deparaba su condición.

No ha sido fácil que el entorno aceptase las singularidades de este gobierno femenino. En realidad no las ha comprendido casi nunca y se ha tendido a considerar el reino de Alimnara –ése es el nombre- una suerte de anomalía capaz de poner en peligro las bases de la civilización. Sin embargo una y otra vez las mujeres del Lince han afrontado el envite; y no deben de haberlo hecho mal puesto que aquí sigue el reino, incorporado al euro –ya se ha salido una vez- y plenamente admitido en el concierto internacional. En fecha muy reciente incluso ha habido una guerra con España. Sólo ha durado un día; y como secuela los alimnareños siguen reteniendo a la reina Letizia, sin que esté nada claro si cabrá la devolución.

¿Qué dónde queda ese reino? Busquen cualquier mapa político y lo hallarán, inconfundible aunque pequeño –su expansión tuvo lugar por vía marítima-, junto a esa especie de nariz que la Península Ibérica introduce en el Mediterráneo. Si no lo encuentran, desconfíen. Desde hace siglos media una conjura para negar la existencia de Alimnara y reducir sus grandes ciudades a la apariencia de simples pueblos alicantinos. Igual quien editó su mapa participa de esa conspiración.

Se me está acabando el espacio del post y aún queda mucho por explicar. Sobre todo, que además de la historia de una familia la colección también quiere serlo de un Estado: cómo nace, a partir de un puñado de guerreros hechos fuertes en un castillo y de una tradición más o menos fantaseada, y cómo, hasta llegar a nuestros días, van apareciendo la nobleza, la intelectualidad, la burguesía, las tensiones territoriales y sociales, todo ello bajo el mando de sus reinas. Mientras el primer volumen, “El tiempo del azabache” –el siglo XIII- acaba de quedar listo en la web, hay tiempo para ampliarlo.

Próximamente…      LA ESTIRPE DEL LINCE – EL TIEMPO DEL AZABACHE

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Joaquín Borrell

lynx@librosjoaquinborrell.com
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