UNA DIADEMA DE PLATA

UNA DIADEMA DE PLATA

 

UNA DIADEMA DE PLATA

 

Sobre la cabeza de una mujer con mando no parece nada sorprendente. Gana en singularidad si la mujer en cuestión vivió hace más de tres mil años –la noticia le echa cuatro mil y así será; pero lo encuentro algo exageradillo- y no en Egipto, donde estaban acostumbrados a esas cosas, sino en lo que hoy es la provincia de Murcia, aunque entonces no lo supieran.

La noticia viene en El País del día 11 de marzo, firmada por Alberto Quero.

Piezas del ajuar encontrado en la tumba 38 del yacimiento de La Almodoya. En el centro, la diadema.

Según el arqueólogo Rafael Micó, que hace de fuente, la pieza tiene un clarísimo significado emblemático. En ese lugar había una edificación enorme para la época, que incluía lo que tiene todo el aspecto de ser una sala de reuniones. Copio del artículo:

“La situación política del asentamiento, la gran cantidad de ajuar asociado a la mujer y la infraestructura bajo la cual se encontraron los restos hace que los investigadores se decanten por la posibilidad de que ella tuviera una gran importancia política en la época.”

«Lo que aún no saben responder (sigo copiando) es si este poder era real o solo simbólico. Micó se inclina por la segunda opción: los hombres tenían el poder efectivo mientras que las mujeres presidían la asamblea.” Y alude a unos estudios de ADN que permitirán determinar si el poder pasaba de madres a hijas.

Vista aérea del asentamiento de La Almoloya.GRUPO ASOME-UAB

A Robert Graves, el autor de Yo Claudio, le interesaría mucho esta noticia. Él estaba convencido de que en el Mediterráneo antiguo dominaba una cultura matriarcal, en el que el poder era ejercido por sacerdotisas, y de que a partir de las invasiones dorias los varones  derrocaron por la violencia dicha cultura para implantar el sistema patriarcal. La diadema de La Almoloya (así se llama el nacimiento) le parecería una confirmación; y probablemente derivaría una historia emocionante de las suyas.

Sin pretender aproximar mis libros a Graves (ya me gustaría), yo también estoy contento. Casi tanto como Dean R. Koontz, el estadounidense que en “Los ojos de la oscuridad”, hacia 1980, novelizó la aparición de un virus en Wuhan que estragaba el mundo durante una buena temporada. Vamos, no es que crea que Koontz se ha alegrao del virus –parece buena persona-, pero sí de las muchas ventas que ha motivado la premonición.

Yo no voy a vender tantos libros –me conformaría con unos cuantos-, pero al menos el acierto de mi anticipo no hará daño a nadie. Y es que en “La sombra de la zumaya” supuse la existencia de una cultura prerromana en la antigua Altea, a poco más de una hora por autopista desde el yacimiento, en el que el poder decisorio correspondía a una asamblea de guerreros –reunidos, de forma aproximada, en una sala con sesenta asientos- bajo la presidencia de una mujer.

El cargo de ésta, sacerdotisa de la diosa local de la naturaleza, se transmitía a su hija mayor, en una sucesión ininterrumpida que solamente era válida por línea de mujer.

Puede parecer que tuneo si añado que su distintivo era una diadema de plata, si bien la encontré un poco gastada –dirán que cómo no iba a estarlo después de tantos años; quiero decir tópica- y la sustituí por una corona de flores de ginesta. Sin embargo, es verdad.

Luego caló la idea de ese poder femenino, transplantado a la era moderna por apego al régimen de gobierno que de él se deriva. El resultado fueron los volúmenes de “La Estirpe del Lince”, de los que se ha publicado vía e-book el primero, “El tiempo del azabache”; y no digo cuántos son para no asustar al posible interesado.

Explico un poco más la ilación: el poder de aquellas sacerdotisas, integrantes de la estirpe citada, se adaptó al esquema político romano, se mantuvo más o menos camuflado durante la dominación musulmana y volvió a la luz en 1215 para formar el reino de Alimnara, que en nuestros días comparte la península con España y Portugal. Por supuesto su norma fundamental es la Carta Púrpura: la corona sólo puede recaer en mujeres de la estirpe, procedentes de línea de mujer.

¿Pura casualidad? Pues casi; pero no miento asegurando que no es pura del todo. Algo habrán influido las teorías de Robert Graves, aunque quedaría mejor alegar que las sombras de aquellas sacerdotisas siguen planeando sobre el paisaje de La Marina valenciana, que es –venga; aunque los libros lo omitan admitiré que de ahí, cambiando de sitio las letras, viene el nombre de Alimnara. Y conste que tampoco lo descarto.

Aunque la verdad es que, puestos a inventarnos una sociedad y el estado que la rige y a insertarlos en la historia conocida, puesto que sus jefes han de ser una parte principalísima de la crónica, como personajes resultan más interesantes las mujeres. Una reina de ficción tiene muchos menos estereotipos que condicionen su comportamiento. A cambio hay que contar con que éste quedará sometido a una presión mayor, pero precisamente para quebrarla resultará mucho más transgresora.

Vamos, que me lo he pasado muy bien confeccionando las biografías de setenta y tantas reinas. Y encima ahora resulta que sin saberlo estaba haciendo historia; porque si con la poca afición que hemos tenido en este país a escarbar en nuestro pasado ya han salido cinco diademas como la de La Almoloya, seguro que en algún lugar bajo la tierra donde se desarrolla la acción –al menos la principal; que los dominios ultramarinos del reino van a alcanzar los cinco continentes- hay otra utilizada por las sacerdotisas alteanas y heredada por las reinas alimnareñas. De acuerdo que en el libro utilizan coronas de ginesta y que ya es tarde para cambiarlo; pero es que no van a pretender tanto porcentaje de aciertos.

                                                          Joaquín Borrell

 

 Libros relacionados: El tiempo del azabache

Joaquín Borrell

lynx@librosjoaquinborrell.com
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