
18 Abr Puestos a opinar
Toca abrir este blog, dedicado a la creación literaria; por pasiva, como destinatario de las creaciones ajenas, y dentro de una razonable modestia por activa, porque después de casi treinta años de publicaciones creo que tengo algo que contar. Su aparición coincide con la de una web dedicada a ofertar mis novelas en e-book. Muchas de éstas no son inéditas en lo que ahora se llama formato papel, es decir, en el de toda la vida. Han pasado, entre otras editoriales, por Círculo de Lectores, Plaza y Janés, Columna y Grijalbo. Como a tantos otros, a mí también me ha costado convencerme de que los citados libros de siempre van camino de convertirse en testimonios de un tiempo pasado, como las plumas estilográficas o los coches de caballos. Finalmente he aceptado, sin estar ni siquiera seguro de que los términos que utilizo son los correctos, que hay que pasar al formato digital. Como pienso que el dilema tiene interés y que, como en casi todas las materias, el debate puede ser enriquecedor, veamos si sé explicar por qué.
Empecemos por una obviedad: claro que a todos nos gustan los libros hechos de papel y de cartón más o menos duro. Nos recibieron en los estantes de casa cuando echamos a andar, aprendimos que tras sus cubiertas estaban los pasajes a otros mundos más bonitos o más inteligentes que éste. Los compramos o nos los regalaron, los prestamos o nos los prestaron –y a veces los devolvimos-, los guardamos ordenados o los sepultamos bajo otros libros. Nos hemos habituado a que abulten en la mesilla, a sentir su peso cuando viajamos, a discurrir dónde colocar nuevas estanterías para aparcarlos o cómo los hallaremos en triple fila. Muchos aludirán al tacto de las páginas e incluso al olor de la cola de encuadernar. Los dos factores me parecen altamente respetables.
Por fortuna seguirán ahí durante muchos siglos, porque abundan demasiado para desaparecer, resultan decorativos y nadie tendrá jamás el tiempo y las ganas suficientes para electronizarlos todos, o aplicarles el neologismo que se invente para decir que se pasa algo al formato electrónico. Sin embargo aún había más trilobites; y no conozco a nadie que tenga uno en casa, dos millones de siglos después de su extinción.
Nos corresponde vivir los comienzos de la transición y no hay ninguna duda de que será larguísima y rica en trasvases. La propia palabra “libro” subsistirá, aunque lo que circulen por la red sean propiamente archivos; igual que nuestra juventud tira de la cadena, cuando lo hace, preguntándose –también cuando lo hace- qué tiene que ver esta frase con apretar un botón. Incluso es probable que el relevo sea tan lento que los que ahora tenemos más de medio siglo desaparezcamos en plena vigencia de la letra impresa, de modo que aún podríamos formarnos la ilusión de que el relevo no se va a producir.
En cambio nos resultaría más difícil otro tipo de ensoñación: la de que aún existe el reino literario que conocimos en tiempos jóvenes. No conviene idealizarlo, porque también tenía sus conchas; pero en las siguientes entregas intentaré sintetizar en qué se distinguía del vigente y por qué tenemos tantos motivos para añorarlo, aunque todavía podamos olisquear la goma o sentir el tacto del papel.
Y también trataré de razonar por qué creo que el formato electrónico va a permitir –en realidad ya lleva haciéndolo algún tiempo- que se reviertan las tendencias. El recorrido obligatorio que a través del grupo editorial y el distribuidor concluía en el librero anda camino de convertirse en una página de la historia, que tampoco será impresa sino electrónica. Lo encontraré doloroso por las librerías de siempre, que sin embargo pueden subsistir mediante la especialización; pero me alegrará por las de ciertas grandes superficies, de ésas que despejan todos los estantes para que el comprador potencial sólo encuentre la última de Harry Potter –y conste que pongo un ejemplo con cierta calidad- y a cuyos dependientes, para que busquen en su base de datos, hay que deletrearles la palabra Flaubert.
Se ha dicho al principio que ésta es una materia altamente opinable. Pontificar es de necios, se haga en formato electrónico o con tinta y papel –puede haber una excepción cuando uno es el pontífice, lo que desde luego no ocurre en este caso-. Se agradecerán todas las opiniones en todos los sentidos. Incluso admito que alguien plantee cómo podría objetar, si después de siete párrafos todavía no he dicho nada.
Sin embargo no había más remedio que entrar en materia. Superada esta fase es el turno de lo concreto. Si el desarrollo trae cuestiones de actualidad, incluso es posible que busque algunos ayudantes, por ejemplo los personajes de las novelas que estén dispuestos a acudir para opinar. Tal vez quien las haya leído dé alguna relevancia a los juicios de Diomedes de Atenas, la reina Itimad o el escribano de la Inquisición don Esteban de Montserrat. Como prometían los culebrones antiguos, continuará.
Yamila Cohén
Posted at 20:45h, 15 agostoViva la literatura!!! Es preciso fomentar la lectura, no importa el formato. Yo como usted… pasados los 50… prefiero el papel, tocarlo, olerlo, estrujarlo, marcarlo, voltearlo y sobre todo disfruralo.
Gracias