Poesía ¿por qué no?

Poesía ¿por qué no?

Entre los encantos de la poesía se cuenta el de no constituir una ciencia exacta. Se basa en la percepción de quien la lee o escucha, que es subjetiva por definición, y por tanto recusa las normas absolutas. Por eso la opinión que sigue es puramente personal. No coincide con la que domina actualmente en la materia, tan partidaria del verso libre que hace la cruz y huye de los que se sujetan a cualquier regla. Admito la posibilidad de estar equivocado, igual que Borges cuando escribió “el verso libre, antes llamado borrador de un verso”. De todas formas, aquí va el razonamiento.

Empecemos por definir a qué se contrapone un verso libre. No es a un verso rimado. En el antiguo bachiller nos enseñaban que la poesía tenía tres presupuestos: medida, metro y rima. Para descartarlos el argumento más usado suele aseverar que tales sujeciones encorsetan el sentimiento, cuya libre expresión es el fundamento de este arte.

Lo siento, pero no me convence. En la música el sentimiento puede expresarse libremente, por ejemplo con un cucharón y una cacerola, o dominando la técnica del contrapunto y de las reglas armónicas que enlazan la nota tónica con la dominante. Lo primero da lugar a las caceroladas, lo segundo a la Novena de Beethoven. Desde luego ambas fórmulas son expresivas, pero el arte parece quedar más cerca de la sinfonía.

 

Les Triplettes de Belleville

 

Puedo aceptar que la rima sea prescindible. Al fin y al cabo es un recurso relativamente moderno, aunque si es atinada la verdad embellece el resultado. Tal vez me convenciera un artículo leído en El País hace unos años, cuyo autor lamento no recordar, en el que para descalificar la rima se recomendaba hacer memoria del título de las últimas películas porno que se hubiesen visto, con unos cuantos ejemplos muy expresivos. Así y todo sigo pensando que a más rima válida –quiero decir no patatera- más arte.

Lo de la medida también puede ser objeto de debate. Eso sí, que no se descarte aduciendo que contar sílabas con los dedos es incompatible con expresar sentimientos. Hombre, es que si se necesita el recuento porque no lo lleva el oído es mejor emplear el ocio en otra cosa. Más bien creo que el número de sílabas no es más que un recurso entre los muchos que el ritmo pone a nuestra disposición.

Recordemos que los griegos basaban la poesía en combinar sílabas fuertes –arsis, es decir, elevación- y débiles –tesis, descenso-, según la extensión de los vocales. Nuestro idioma es prácticamente monocorde, o sea plano; de manera que para lograr esa música vocal necesitamos, al menos cuando el verso excede de un determinado número de sílabas –lo que antaño se llamaba arte mayor , por encima de ocho- colocar los acentos en posiciones determinadas.

 

Griego escribiendo

 

La métrica ayuda; pero hay otros procedimientos para transmitir al oído una sensación musical. Por poner un ejemplo entre muchos posibles, echando mano del antiguo pie anfíbraco –antiguo por griego; para nosotros grupo de tres silabas con acento en la de en medio-, que se adapta excelentemente a nuestro idioma. Véase cómo lo maneja Rubén Darío: “Ya viene el cortejo, ya suenan los claros clarines, la espada se anuncia con vivo reflejo, ya viene, oro y hierro, el cortejo de los paladines”.

No estoy descartando, Dios me libre, que del verso puramente libre se deriven efectos excelentes. También se pueden conseguir vertiendo colores sobre un lienzo, aunque uno tienda a preferir cualquier óleo pasable del Renacimiento. Ya ha quedado dicho que sólo estoy ofreciendo opiniones personales.

Una pregunta obvia puede ser: ¿predicas con el ejemplo? La verdad es que lo intento, con independencia del nivel de éxito. ¿Me atrevería a exponer algún ejemplo? Pues voy a correr el riesgo incluyendo versos propios en este post, donde al fin y al cabo sólo va a entrar quien sienta curiosidad por la materia. Conste que serán corrientitos; pero intentarán transmitir algo importante con sujeción, mayor o menor según los casos, a las indicadas reglas.

El que sigue se ajusta a las que la convención asigna a un soneto –según el sentido amplio del término vale alterar el orden de la rima en los cuartetos-. Pensemos en una chimenea cuyo fuego se apagó hace tiempo y de la que se están alejando las cenizas. Si la convertimos en el símbolo de algo más profundo la descripción podría quedar así:

 

Ceniza yerta ves; fue rama altiva,

renuevo del nogal que abril verdea;

flexible al leñador que la derriba,

crujiente a la segur que la trocea.

Ardió después, con recia llama viva

que un ansia silenciosa balancea;

espíritu de luz en danza esquiva,

bengala que feliz chisporrotea.

Después mudó a brasa incandescente

que aún guarda la nostalgia de su brillo

y apaga sus destellos lentamente.

Después a gris materia calcinada,

inerte en el hogar, frío polvillo.

Mañana al clarear no será nada.

Joaquín Borrell

lynx@librosjoaquinborrell.com
No Comments

Post A Comment