NUBES Y ESTRELLAS. (AIRE) II

NUBES Y ESTRELLAS. (AIRE) II

 

NUBES Y ESTRELLAS

Parte 2. AIRE (También pasa en La Palma)

 

En el post anterior aludíamos a que muchas reglas físicas vigentes en el resto del mundo se incumplen en La Palma. También avisábamos de que seguirían unos cuantos ejemplos. Tomando como punto de partida los cuatro elementos naturales de siempre –aire, tierra, agua y fuego– vamos con el primero.

Se diría que, cuando no está nublado, el cielo tiene las mismas estrellas en todas partes. Sin embargo en casi todas estorban nuestras luces, que no dejan verlas. Puede uno evitarlas yéndose al desierto, pero resulta bastante incómodo. En otro caso no se arregla alejándose de ellas. Igual incurro en algún disparate técnico; pero se diría que cada luz artificial borra un poco de la estelar. No sólo donde aquélla resulta visible, sino también en muchas leguas a la redonda –lo que todavía son más kilómetros; pero es que para medir a la redonda quedan mejor las leguas.

La Palma está bastante aislada en el océano. Se diría que es lo que toca a una isla, pero entre éstas también hay clases. Ha sido poco urbanizada en relación a su extensión, casi nada en su costa oeste. Y para llegar a ella las luces de la costa este, que tampoco son muchas, tendrían que saltar sobre los casi tres mil metros de la Caldera y se agotarían mucho antes.

Obviamente la cuestión mejora si uno mira por un telescopio. Por eso se ha montado en el Roque de los Muchachos, que es el punto más alto de La Palma, uno de los mayores complejos observatorios del mundo.

De modo que es muy posible que desde allí veamos llegar a los marcianos, si al final deciden que este planeta les interesa lo suficiente.

Sin embargo para darse el baño de estrellas no hace falta ningún aparato. Están ahí, a racimos esplendorosos, tan abundantes que sus dibujos componen un mapa nuevo con muchísimas más constelaciones. De fondo, un resplandor parecido al de ese hiperespacio que se inventó Asimov para que sus personajes pudieran viajar por las galaxias, por el que todavía andan Han Solo y la princesa Leia. También un fondo del fondo tan lejano que a nadie le extrañaría que fuese el del big bang.

Eso en cuanto al aire nocturno. Sin embargo tampoco hay que desdeñar el del día. Suele estar lleno de nubes. Se diría que como en todas partes, con más o menos frecuencia. Pero es que estas nubes tampoco son como las demás y la expresión “mar de nubes”, tan común en La Palma, no es un lugar común literario.

Otro tópico habitual en cuestiones nubosas es hablar de rebaños. De formar alguno las nubes palmeras sería de bisontes, como esas manadas de miles y miles de ejemplares que veíamos en las películas del oeste, formando estampidas para pasar por encima del malo.

Se las ve llegar por el océano, muchas veces procedentes de Tenerife, que suele asomar el pico del Teide como una especie de monumento borroso y desaforado.

Avanzan en formación pegadas al mar, un poco al estilo de esas flotas guerreras de los efectos especiales, asaltan silenciosamente la tierra y se desparraman hasta forrar la caldera.

Por supuesto no se están quietas. Pacen en las laderas, porque les gustan las flores de gacia que el volcán pinta de amarillo, forman puentes, murallas móviles y hasta scalextrics y en cuanto las anima un soplo de viento se ponen a hacer coreografías. Decir que son ligeras sería una redundancia –cómo iban a ser, hechas de vapor de agua-. Sin embargo hay que tener cuidado con ellas, porque también lo son de carácter. No se trata sólo de que en ocasiones, bajo el disfraz de bailarina, transporten algunas de las lluvias más agresivas del mundo. Incluso en su versión seca pueden convertirse en homicidas.

A veces les da por confundir al caminante y despeñarlo, lo que el paisaje facilita con todo tipo de trampas imprevisibles. Otras se lo llevan directamente, no se sabe bien hacia dónde, pero lo indudable es que no se vuelve a saber de él. Queda bonito pensar que lo que hacen es besarlo, lo que produce su evaporación inmediata, para incorporarlo a sus bailes ilimitados a través del océano. Es probable que en tal caso lo devuelvan a la forma humana y lo echen al agua si descubren que no sabe bailar.

De eso, del agua, queda hablar, igual que de la tierra. Dejando para el final el fuego, que aquí constituye el elemento primordial.

 

 

……… Continuará.

 

Libros relacionados: Dioses de la palma

Joaquín Borrell

lynx@librosjoaquinborrell.com
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