MUNDO BICOLOR Y DIOSES ARTÍSTICOS (TIERRA) V

MUNDO BICOLOR Y DIOSES ARTÍSTICOS (TIERRA) V

 

MUNDO BICOLOR Y DIOSES ARTÍSTICOS

Parte 5. TIERRA (También pasa en La Palma)

 

Tras hablar del agua, el aire y el fuego en La Palma toca cerrar el ciclo hablando del elemento que queda, que es la tierra. Admitamos que es el elemento menos original, porque el paisaje coincide con el de las demás islas volcánicas a una latitud aproximada. Pero tampoco se parece a la de la mayor parte del mundo.

La impresión que saca el visitante es que dicho paisaje se ha pintado con una paleta singular: dotada de muy pocos colores –prácticamente el verde y el negro-, pero con una gama prácticamente ilimitada de ambos. Hay un poco de amarillo –las flores de garcia-, casi nada de rojo y por supuesto hay que contar con el mar, que se ve desde todas partes. Con la particularidad de que no suele ser azul sino gris acero, de modo que apenas si cuenta a efectos cromáticos.

El negro del basalto y de la lava solidificada está en todas partes. Sobre todo en las paredes verticales de la Caldera, que según quedó dicho recuerdan una armería inmensa de espadas muy oscuras. Por su parte la paleta de los verdes agota todas las posibilidades de ese color: verde alegre y profundo de la laurisilva, verde domesticado de las plataneras, verde lúgubre y afilado de los dragos, que son pocos pero muy notables. Añadamos el verde liquen, el de esos pinos que desde el fondo de la Caldera crecen y crecen disputándose los rayos de sol, incluso el verde desamparado, especialmente notable, de esos primeros brotes con los que la vegetación empieza a avanzar sobre la ceniza de volcán.

   Y es que, partiendo de lo poco que sabemos sobre los dioses de Benahoare –que es como se llamaba la isla antes de que llegasen los europeos-, cuesta muy poco imaginar en qué consistió la mitología de los isleños. Incluso cabe inventársela, en una suerte de teogonía casera.

La historia de La Palma es la de un larguísima pelea entre el dios del volcán, bronco y maligno, deseoso de implantar el negro como color único –es decir, el Guayote de los benahoaritas-, y un dios bondadoso –le llamaban Abona; y conste que los nombres son lo único que no me estoy inventando-, empeñado en suavizarlo extendiendo el verde de la vegetación. Cada vez que el primero gana un nuevo territorio el otro cuestiona la conquista, primero con esos brotes pequeños antes mencionados, luego con arbustos floridos, finalmente con el bosque que acaba implantándose.

Por supuesto el panteón puede ampliarse todo lo que uno quiera. A la vista de los posts anteriores habría que añadir el dios del mar, resentido con Guayote por lo mucho que le hizo hervir hasta asomar en la superficie, y el del viento, tenaz en lijar la lava para convertirla en terreno aprovechable para las raíces, y por qué no la diosa de la luna, que siempre parece pasar más cerca que en el resto del planeta –lo de la contaminación lumínica- como si estuviera interesada en la batalla.

Con lo cual toca terminar el repaso, porque creo que las singularidades de la isla han quedado suficientemente resaltadas. Y como este blog va conectado a una web sobre libros, falta aprovechar para un poco de publicidad gratuita e incurrir en la inmodestia de la autorrecomendación: la novela “Dioses de La Palma”, de suscripción propia, desarrolla todas estas ideas insertadas en una trama –la fuga de unos convictos de la Guerra de Cuba, que se llevan consigo a la mujer de un plantador- que añada cierto interés en modo culebrón.

Continuaremos con otros temas.

 

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Joaquín Borrell

lynx@librosjoaquinborrell.com
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