
14 Abr LEER EN LOS TIEMPOS DEL VIRUS
LEER EN LOS TIEMPOS DEL VIRUS
Una frase habitual antes de todo esto era que cualquier motivo es bueno para leer. Desde luego no es el caso y preferimos que los motivos como éste se mantengan alejados. Sin embargo, si nos empeñamos en encontrar algún aspecto positivo pues sí, hay más tiempo para la lectura y pueden venir bien las orientaciones para aprovecharlo mejor.
La recomendación que sigue puede parecer del todo intempestiva. Sonará a algo parecido a esas escenas de Aterriza como puedas en las que, a punto de que el avión se estrelle, la televisión del aparato no hace más que ofrecer a los pasajeros escenas de catástrofes aéreas. Añadamos por otro lado que se trata de un clásico, etiqueta que induce a bastantes lectores actuales a decir Vade retro rollo. Para ser más concretos, del clásico por antonomasia de la novela italiana, escrito hacia el primer cuarto del siglo XIX por un hombre que no lo podía hacer mejor.
Hablamos de Alessandro Manzoniy su “I promessi sposi”, para nosotros “Los novios”. El efecto Aterriza como puedas que antes mencionábamos hace referencia a que la epidemia de peste declarada en Lombardía -estamos en el siglo XVI, de modo que aún no existe el Atalanta de Bérgamo- constituye una parte fundamental de la trama. Todo está descrito con el mejor gusto posible y sin tremendismo, pero desde luego es tremendo; de modo que quien lo lea desmentirá de inmediato eso de que cualquier tiempo pasado fue mejor. Y sin embargo aportará una nota optimista, en estos tiempos que tanto las agradecen: el protagonista, Renzo, contrae la enfermedad y se cura. A partir de ahí está inmunizado, de modo que puede recorrer la zona más dura de la epidemia y echar las manos que haga falta sin correr ningún peligro.
Libro clásico, que cuenta una epidemia -al menos causada por una enfermedad con la que ya no contamos, mejor que esas que se inventa Robin Cook-. Creo que ya he escrito todo lo que desaconsejaría un agente literario de Manzoni. Bueno, aún falta añadir que las primeras páginas se dedican exclusivamente a describir el lago de Como; y no sé si servirá de mucho que diga que es una descripción sensacional, donde un best seller actual escribiría: la vista del lago era magnífica y la de sus orillas no le iba a la zaga. Con razón proponía alguien, y lamento no recordar quién, cómo descubrir qué huesos son los de Cervantes entre los hallados en esa cripta de las Trinitarias: se colocan todos a la vista y se lee una página de un premio literario reciente bien dotado. Los que pongan a saltar son los cervantinos.
Intentando volver más atrayente el libro de Manzoni, al menos para quien resista varios párrafos seguidos sobre el paisaje de Como -también habrá a quien le encante-, voy a contar a mi estilo una de las peripecias iniciales, de la que derivará buena parte del argumento (como se dice ahora, ¡alerta spoiler!):
Dos nobles caminan, con la espada al cinto, sobre la acera de una calle de Milán. Es estrecha, de modo que uno de los dos tendrá que bajar a la calzada para que pase el otro. Según una costumbre el de mayor rango tiene preferencia. Según otra costumbre, ésta corresponde a quien lleva la pared a la derecha. Según indica el autor, de ello se desprende que los dos tienen parte de razón; y la consecuencia necesaria es que va a haber muertos.
En efecto, muy pocas líneas después ambos desenvainan la espada y el duelo empieza. Uno caerá mortalmente herido, el otro buscará asilo en una iglesia cercana y la trama quedará lista para arrancar. Me parece una lección perfecta; como lo es la descripción de don Abbondio, el cura que forma parte del elenco principal, tan popular en Italia que se sigue llamando Abbondio a ese tipo de eclesiástico comodón, buena persona y sin demasiadas luces: era un recipiente de barro obligado a viajar en un saco junto a recipientes de hierro, que podían romperlo en cualquier sacudida.
¿Otras ventajas del libro? Aparte de estar sensacionalmente escrito, tener una trama muy interesante, pintar un fresco histórico absolutamente verosímil, estar salpicado de moralejas aprovechables y descalificar por cotejo muchos de los éxitos actuales -esto recuerda La vida de Bryan, cuando uno pregunta qué, además del alcantarillado, las carreteras, la enseñanza, el Derecho y el orden público, han hecho por nosotros los romanos-. Pues hay una muy coherente con la época: necesita tiempo para ser leído. Es largo, denso y pierde mucho si no se saborean los matices, las metáforas y las reflexiones. De modo que para pasar la cuarentena puede ser un compañero ideal y, si no lo es, cabe apagar el ebook -que es como habrá que comprarlo- sin que nadie se enfade.
Aún me falta mencionar otro motivo para rehuirlo: es un libro confesional. Quiero decir que el autor es católico y razona como católico y que los personajes próximos a la religión pueden ser malos, buenos y en algún caso buenísimos, pero no actúan en modo esbirros de la KGB que es como las novelas modernas estilo Dan Brown se creen obligados a caracterizar a los católicos. Manzoni lo fue de una manera tan particular que a la jerarquía eclesiástica de su tiempo le sentó fatal el libro, quizá porque algunos de sus integrantes se sintieron identificados con los malos.
Queda pues, bajo mi responsabilidad y con las advertencias indicadas, hecha la recomendación; con todos los respetos para otras obras muy respetables con pandemias de por medio, sin ir más lejos La peste de Camus. Espero que los que lleguen a un nivel razonable de páginas me comenten el resultado.
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