
18 Abr Las Guerras del Bisabuelo
No se lleva el militarismo, al menos entre nosotros. Si nos atenemos a la definición que da la R.A.E. (“preponderancia de los militares, de la política militar o del espíritu militar en una nación”) y a cómo nos ha ido cuando ha imperado, muchos lo considerarán una suerte. A la tendencia contraria se le llama antimilitarismo. Quede claro que no hay que confundirla con la aversión a lo militar.
Sería una lástima que ésta cundiese entre la juventud actual; pero aún resultaría más lamentable si se apoyase en la ignorancia. Desde la invasión napoleónica hasta la Constitución vigente la historia de España es en buena parte la historia de su ejército; o mejor dicho de sus ejércitos, por las diversas ocasiones en las que uno ha peleado contra el otro.

Los tercios en Albuch de José Ferre Claucel
Estaban compuestos por militares; y entre ellos, aparte del valor que según el tópico se les supone, han abundado determinadas virtudes –ilustración, espíritu de sacrificio, respeto a la propia palabra– que la sociedad actual necesita más que nunca. Por supuesto también podemos espigar ejemplos inversos, de ambición incontrolada o cerrazón intelectual. Lo que toca es examinarlos todos y sacar las lecciones que procedan.
Aunque nuestros tiempos políticos tiendan a disfrazarlos de oenegés, el ámbito propio de los militares es la guerra. El período de tiempo citado, aproximadamente siglo y tres cuartos, abarca un amplio muestrario. Nos las han contado en los libros de historia del colegio, la verdad es que de forma sesgada o muy por encima.
Creo que puede ser interesante repasarlas. La revista debería comprender sus causas inmediatas y algunas de las remotas, unos cuantos hechos destacados, una selección de sus protagonistas y un resumen de sus secuelas; todo ello sin pretensión de hacer ciencia histórica, menos aún de amontonar datos, ni siquiera de seguir un método concreto, salvo el del mosaico: ensamblaje de piezas sueltas que acaben por componer un cuadro inteligible.
Por orden cronológico tocaría empezar por la de la Independencia. Sin embargo, como a estos efectos ya ha quedado abolida la sistemática, creo que cunden más las guerras carlistas. Abundaron en actos de valor y, lamentablemente, también de salvajismo; hasta el extremo de que se convirtieron en la comidilla de los europeos de su tiempo, horrorizados de cómo las gastaban los contendientes.

La carga de Zumalacárregui de Augusto Ferrer – Dalmau
Se suele decir que hubo tres; aunque guerra propiamente dicha, entre dos bandos con posibilidades ciertas de victoria, sólo fue la de 1833-1839. La segunda (1846-1849) fue más bien un rebrote que no llegó a prender con suficiente fuerza. La tercera (1872-1876), un ejemplo de empecinamiento contra cualquier probabilidad. En cada una de ellas se trató de entronizar a un Carlos –sucesivamente Carlos María Isidro, el hermano de Fernando VII, su hijo el conde de Montemolín y su nieto Carlos María a secas- contra la voluntad del resto de los españoles; no porque les disgustase el nombre sino porque lo que iban a imponer desde el trono era la cerrazón a los tiempos nuevos. Para muchos aún habría que añadir una cuarta; porque en buena medida nuestra guerra civil del siglo XX fue una continuación, esta vez con resultado inverso.
Es importante resaltar que en cada caso las alternativas distaban mucho de entusiasmar a sus defensores. Se guerreaba contra el carlismo para excluirlo; y se consumía tanta energía en el empeño que a la hora de construir un buen sistema, susceptible de incorporar a España a la modernidad, la batería solía estar agotada. De ahí el desastre colectivo que fue el siglo XIX español, cuyas consecuencias seguimos pagando.
Quede claro que participo a título de curioso, sin ser militar, ni historiador, ni la suma de las dos cosas. Si se me permite un reconocimiento personal, admito que va a mediar un homenaje a mi abuelo; en concreto al materno, que por casualidad también fue Carlos; coronel García Vallejo, militar íntegro, con impecables servicios en África y en Asturias –en lo más duro del 34-, que en julio del 36 prescindió de cualquier consideración distinta de la lealtad a su juramento y combatió la sublevación hasta el final de las fuerzas.

Fernando VII retratado por Vicente López
El punto de partida lleva a comenzar el repaso por el primer pretendiente, para sus partidarios el rey Carlos V de España. Ésta no va a ser una historia de buenos y malos, sobre todo en el último caso porque siempre los habrá peores. En el caso de Carlos, la referencia inmediata es su hermano Fernando VII; de modo que es inevitable que, por mal que lo haya tratado buena parte de la historia, incluso salga favorecido. Antes, sin embargo, convendrá echar un vistazo rápido a la llamada Ley Sálica, que estuvo en el origen del conflicto.
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