
06 May LA INMUNIZACIÓN ANTI CAMELO
LA INMUNIZACIÓN ANTI CAMELO
Se habla mucho en estos días, por tristes razones obvias, de ese sistema inmunitario que tenemos que espabilar para que ponga en su sitio al coronavirus. También son lamentables los motivos por los que está de moda eso que ahora se llama fake news y que aquí se ha llamado, de toda la vida, camelos o trolas. Si combinamos los dos factores surge la pregunta:
Nuestro razonamiento, ¿no estaba protegido contra los disparates?
De acuerdo que la conexión generalizada e inmediata -vamos, las redes sociales- favorecen la expansión de esta clase de virus. Pero ¿por qué parece que de repente nos haya entrado un déficit de inmunidad?
Al menos en nuestra civilización occidental, los anticuerpos eran producidos por la lógica silogística; ésa que definió Aristóteles y que estudiábamos -tal vez utilizo el pasado de forma injusta, pero me suena que ya no- en el Bachiller de antes. Me explico: no significa que aprendiésemos esas reglas de memoria y las repasemos de vez en cuando para que no se nos olviden. Es que solamente explicitaban un programa contenido, por decirlo así, en nuestro software mental.
Algo así como un programa antivirus que capacitaba para detectar, de forma prácticamente automática, cualquier camelo que pretendiera introducirse en nuestro pensamiento.
Hagamos un poco de memoria: para cualquier conclusión se necesitan dos premisas, es decir dos frases que afirman o niegan algo, y, al margen de que sean verdaderas o falsas, que éstas tengan un concepto común -vamos, el término medio- y que su combinación cumpla determinadas reglas. Por ejemplo, que el término medio esté usado en toda su extensión al menos en una premisa.
Ejemplo clásico: las locomotoras silban. Yo silbo. Luego yo soy una locomotora.
Al margen de que ya no lo hacen, la conclusión es una tontería. La regla exige que toda la extensión del término medio, silbar, aparezca en una premisa al menos: “todo lo que silba” o “nada que silba”.
Probemos ahora: todo lo que silba expulsa aire, las locomotoras silban, luego las locomotoras expulsan aire.
Hay otras normas, no demasiadas -recordemos una importante: de dos premisas particulares no se puede sacar ninguna conclusión-, insertas en una especie de reglamento más amplio, pero también breve -por citar otra: una cosa no puede ser ella misma y su contrario-. No quiere decir que al escuchar un razonamiento ajeno nos pongamos a separar sus premisas y analizar los términos medios. Igual que el antivirus del ordenador avisa del ataque, sin explicarnos cómo lo ha descubierto, el software de la lógica detecta el camelo y lo rechaza, prácticamente al margen de nuestro pensamiento.
Una aclaración importante: el software indicado no tiene nada que ver con la veracidad de las premisas. “Todos los dragones echan fuego, yo soy un dragón, luego yo echo fuego” cumple a la perfección las reglas del silogismo; pero sigue siendo una tontería, dado que obviamente no soy un dragón. Para descartar una premisa como falsa actúan otros mecanismos: el sentido común, la cultura, el contraste con otras informaciones, la fiabilidad que nos merece el autor o el interés que le pueda mover.
Parece que los camelos utilizan principalmente el recurso de la falsedad. Pero todavía son más peligrosos los que, partiendo de premisas verdaderas, subvierten las reglas silogísticas. Porque, igual que el virus necesita una vía para introducirse en el organismo y sólo entonces empieza a vérselas con el sistema inmunitario, se cuelan más fácilmente en nuestro razonamiento.
Si el sistema está averiado quedaremos contaminados por la trola y probablemente empezaremos a contagiarla.
¿Cuál es el remedio? Pues ya me gustaría saberlo. Desde luego pasa por volver a estudiar filosofía en el Bachiller, que era donde se desarrollaban estas técnicas, o estudiarla mejor si es que con otros nombres se sigue haciendo. También por afinar el instinto, dado que esas reglas son en buena medida innatas. Dejando aparte como mucho las cuestiones religiosas, que es donde la fe tiene su campo propio, pasar cualquier conclusión por el matiz del razonamiento. Y, por supuesto, también es buenísimo -y, mientras lo hagamos de forma mental, la Ley de Protección de Datos no lo impide- llevar nuestro propio registro de camelistas para desconfiar por sistema de ellos.
Suelen ser multirreincidentes, al menos mientras saquen provecho de los camelos. Seguro que hay nombres comunes a todas las listas.
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