Inquisición y ficción

Inquisición y ficción

Entre los factores históricos que han configurado la España actual resulta muy posible que la Inquisición sea el más importante, como dique interpuesto en el curso natural de la evolución de las ideas. Obviamente se ha escrito mucho sobre ella, en el campo de la ciencia y en el de la ficción. Ya sabemos que para el segundo la realidad representa muchas veces un obstáculo. Sin embargo tal vez aquí se la haya forzado tanto, bajo el estímulo de la índole novelesca de sus modos, que la propia institución haya quedado irreconocible. Aunque sea en este ámbito reducido, vamos a intentar su reconstrucción.

 

Tribunal de la Inquisición por Francisco Goya

 

Lo primero debe ser fijar su verdadera naturaleza. Para eso conviene precisar el término, sin olvidar que tiene su acepción común: según el diccionario, “acción y efecto de inquirir”, es decir, “indagar, averiguar o examinar cuidadosamente algo”. A título de ejemplo, en Derecho el régimen en el que una misma autoridad penal investiga y juzga continúa llamándose procedimiento inquisitivo.

Con este punto de partida, la tradición histórica reserva la palabra con mayúscula a cualquier especie de corporación oficial destinada a la represión de la herejía, aunque más bien podría decirse que a la represión de la heterodoxia. Distingamos los conceptos, pues aunque resulte un poco engorroso puede ser importante: la herejía implica un ideario religioso contrario a un dogma, la heterodoxia abarca un campo mucho más amplio. Si nos atenemos a los matices del diccionario no es necesario que contravenga un dogma, sino que le basta con apartarse de la doctrina e incluso de la práctica tradicionales. Recordemos que don Marcelino Menéndez y Pelayo, que fue un autor tan concienzudo que nadie se refiere a él sin ponerle el don delante, tituló su obra cumbre “Historia de los heterodoxos españoles”.

También conviene tener presente que el recurso a la fuerza estatal para reprimir la disidencia en materia religiosa es casi tan antiguo como el Estado. Por recurrir a otro ejemplo tópico, Sócrates tuvo que beber la cicuta por corromper a la juventud dudando de los dioses griegos –cuando a otro filósofo más prudente, no recuerdo si Anaximandro, le preguntaron si existían contestó: “la cuestión es compleja y la vida del hombre corta”-. La policía islámica, con la que un occidental puede vérselas en bastantes países si se le ocurre saludar a una vecina en el supermercado, no es más que otro caso actualizado. En nuestra civilización vigente ese recurso se puso en marcha casi desde que el emperador Constantino, quizás el mayor oportunista de la historia, declaró el cristianismo como religión oficial y le superpuso la estructura de su propio imperio.

 

La muerte de Sócrates por Jacques Louis – David

 

Sin embargo todo el mundo parece estar de acuerdo en situar el origen de la Inquisición como tal a finales del siglo XII, para reprimir ese movimiento de perfiles y nombres un tanto difusos –cátaros, albigenses, valdenses- con un denominador común: la oposición entre la propiedad de bienes materiales y la voluntad de Dios. Se comprende que inquietasen a los poderes establecidos de todos los órdenes, que se basaban precisamente en esa propiedad, y que hubiera consenso unánime sobre la necesidad de machacarlos –bueno, casi unánime. Pedro II de Aragón, el padre de Jaime el Conquistador, acudió a defender a sus vasallos y en el empeño se dejó la vida y casi todas sus posesiones al norte de los Pirineos-.

La represión de los albigenses nos ha dejado dos herencias principales. Una, que los reyes de Francia se apoderaron –si la expresión no fuese demasiado coloquial diríamos que por el morro- de lo que hoy constituye la mitad sur del país, con la que no compartían ni cultura, desde luego en detrimento de la norteña, ni pasado. Otra, el tema para muchos novelistas actuales, a menudo apoyándose en las leyendas que relacionan al movimiento con el Santo Grial o inventándoselas directamente. Aquí conviene decir que los cátaros merecen nuestra simpatía, porque fueron unos idealistas capaces de morir por sus convicciones, pero que no se parecieron en nada a la imagen que les aplican algunos autores, sobre todo autoras. Hoy nos parecerían unos fanáticos y unos rigoristas de cuidado.

Aquella Inquisición se extinguió cuando hubo extinguido a los albigenses. Fuera de España durante los siglos posteriores la palabra sólo se utilizó esporádicamente, aunque en casi ningún país el poder público dejó de pasar el rodillo sobre sus disidentes religiosos. Abarcando en un paréntesis varios siglos para englobar los ejemplos más notorios, ahí están los pogroms o matanzas de judíos, a guisa de sarpullido maligno que no dejó de rebrotar –con mención especial en la península para el año 1391.

 

Castillo de Montségur, en el sur de Francia, último refugio de los cátaros.

 

La perseverancia típicamente inglesa en las ejecuciones crueles, fuesen de protestantes bajo María Tudor o de católicos bajo su hermana Isabel, las cacerías de hugonotes en Francia, de las que la noche de San Bartolomé sólo fue el hito más espectacular, hasta que Luis XIV resolvió el problema expulsándolos a todos.

Mención especial merecen las cacerías de brujas, comunes a la mayor parte de Europa -España se contó entre los territorios menos proclives a la histeria-, con auténticas mortandades salvajes en el sector más central. Huelga decir que no estamos hablando de una especialidad europea. Los conflictos entre chiítas y sunitas en el ámbito islámico o las prevenciones, bastante drásticas, para impedir que el cristianismo se infiltrase en Japón serían sólo dos guindas entre las muchas de la tarta.

Es evidente que considerar las inquisiciones, entendidas en sentido amplio, una singularidad española representa un camelo insostenible, alimentado por la leyenda negra y sostenida por la adhesión al tópico y la pereza intelectual. Lo que sí fue típicamente español, aunque irradiase hacia otros parajes, fue la Inquisición con mayúscula, sobre la que vamos a tratar: la que con el título de Inquisición Real puso en marcha Isabel la Católica a partir de 1478.

Joaquín Borrell

lynx@librosjoaquinborrell.com
1Comment
  • Gerardo García García
    Posted at 18:00h, 02 agosto Responder

    «La perseverancia típicamente inglesa en las ejecuciones crueles, fuesen de protestantes bajo María Tudor o de católicos bajo su hermana Isabel»

    No hay que olvidar al padre de ambas, que se dedicó con gran fruición a la caza del LUTERANO, cosa que siguieron haciendo su hijo y sus hijas, hasta que la segunda, Isabel (a) «La virgen», viendo que podía sacar provecho, empezó a importar luteranos, puesto que entre el padre, el hijo y las dos hijas, se habían mostrado muy efectivos

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