GUERRAS CARLISTAS PARA DUMMIES – II

GUERRAS CARLISTAS PARA DUMMIES – II

 

GUERRAS CARLISTAS PARA DUMMIES – II

 

En episodios anteriores, que diría Jack Bauer –en realidad sólo ha habido uno-, se inició la explicación simplificada de las guerras carlistas con un contraste muy somero entre dos formas de entender el mundo.

De un lado la del Antiguo Régimen, con una sociedad de clases, unas de las cuales regían mientras las otras se conformaban, y un poder absoluto que descendía de forma vertical desde la persona del rey. Enfrente las resultas de la Ilustración: igualdad ante la ley y poder emanado del pueblo, lo que en aquellos tiempos se identificaba con el adjetivo liberal.

Precisemos que en la España cercana a 1830 solamente unos pocos se adscribían ideológicamente a cada uno de los bandos. La mayoría, analfabeta, únicamente sabía cómo habían sido las cosas hasta ese momento y se sentía inquieta ante cualquier cambio; muy posiblemente porque la experiencia les decía que solían ser a peor.

Vamos ahora con el otro motivo, que fue el embrollo jurídico-político sobre la sucesión en la corona. También de forma muy simplificada: en Francia regía desde el siglo XIV la llamada Ley Sálica, que excluía del trono a las mujeres e incluso a los varones de la familia real por línea de mujer. Decía basarse en las costumbres de una rama de los francos conocida como los salios –sería un bonito título de novela, “Los francos que no amaban a las mujeres”-, aunque se tiene más bien por una excusa urdida por quien se convirtió en el rey Felipe V, precisamente gracias a esta ley. Desde luego la cuestión no era nada intrascendente.

Entre otras cosas de ahí acabó derivando la Guerra de los Cien Años,  que en realidad fueron ciento dieciséis.

Las distintas coronas españolas admitían la sucesión femenina –Isabel la Católica bastaría de ejemplo evidente-, aunque pudiesen excluirles la capacidad de gobernar –eso le pasó en Aragón a Petronila-. Los Austrias no llegaron a plantearse la cuestión, porque durante doscientos años siempre hubo hijos varones y Carlos el Hechizado no dejó parientes tan cercanos. Es otro Felipe V, en este caso el nuestro, quien como Borbón francés importa la regla. Lo hace en el llamado Auto Acordado de 1713, pero aunque se le relacione con la Ley Sálica no llega tan lejos en la misoginia. Simplemente a falta de hijos varones del rey da preferencia a sus hermanos y a los hijos de hermanos sobre las hijas.

En 1789 a Carlos IV se le habían muerto tres hijos varones. Le quedaban los pequeños, Fernando y Carlos, que van a estar entre los protagonistas de esta historia, pero no debía de verles buen aspecto. En cambio tenía tres hijas mayores, seguramente más aptas para reinar que los mencionados, y además le caía como un tiro su hermano Fernando, que era el rey de Nápoles. Por tanto decidió derogar el Auto Acordado, lo que ponía a las hijas por delante del napolitano. Incluso obtuvo el acuerdo de las Cortes, a las que tampoco caía en gracia este último. Sin embargo para que no se enfadase nadie tomó una decisión original: la norma, conocida como la Pragmática Sanción, se quedó sin publicar. Significa que existía, pero dentro de una especie de limbo jurídico del que ni siquiera se podía hablar.

Vamos al reinado de Fernando VII. Tras cuatro matrimonios y pese a sus evidentes dificultades para procrear –aunque se diga que no es importante, en buena parte era por cuestión de tamaños y no precisamente por defecto- al fin ha tenido una hija, la futura Isabel II. (Prosper Mérimée, el autor de Carmen, dejó una descripción estremecedora del correspondiente órgano real; aunque constituya un misterio por qué el monarca le enseñó esa cosa al galo).

Una vez restablecido en el poder absoluto por la invasión francesa de los Hijos de San Luis –dijimos en la entrega anterior que jaleada por el mismo pueblo que ocho años antes los estaba masacrando- no se trataba de que Fernando VII no fuese un partidario de la política liberal; es que había hecho ejecutar a los liberales que le habían quedado al alcance. Dicho de otra forma, le encantaba el Antiguo Régimen porque éste le permitía hacer lo que le viniese en gana.

Sin embargo en el arco político siempre es posible encontrar a alguien que te adelante por algún lado. Su hermano menor, Carlos María Isidro, profesaba el mismo entusiasmo; pero en su caso se trataba de una adscripción ideológica, porque a diferencia de su hermano era un hombre de buena fe. Además en los últimos tiempos a Fernando se le estaban viendo ciertas veleidades ideológicas, aunque sólo consistieran en que ya no perseguía a los liberales –no es que se estuviese convirtiendo al liberalismo; es que el entorno cambiaba y a él, que intuía el final cercano, en el fondo le daba lo mismo-.

Por tanto Carlos se había convertido en la esperanza de lo que se llamaría el partido de los apostólicos: dicho en términos anacrónicos, la derecha de la extrema derecha. En principio el nacimiento de Isabel en 1830 no tenía por qué afectarles. Había salido chica y por tanto el régimen vigente la colocaba detrás de quien iba a ser Carlos V de España, cuyos ministros encabezarían enseguida la reacción contra lo que había sobrevivido a la reacción anterior.

Sin embargo quedó dicho que a Fernando VII le gustaba hacer lo que le daba la gana; y por tanto de repente decidió promulgar la Pragmática Sanción, ésa que su padre había guardado en la nevera. O le acometió un súbito acceso de amor paternal, o en el fondo desconfiaba de las aptitudes del hermano –la verdad es que bastante sinsorgo sí que era- o simplemente se dejó convencer.

Lógicamente la cosa no iba a quedar ahí. Pero como ya se nos ha acabado el espacio la continuación –comprende la bofetada sonora de una princesa a un ministro- queda para la entrega siguiente.

 … Continuará

 

 Libros relacionados: Hielo Rojo de Febrero

Joaquín Borrell

lynx@librosjoaquinborrell.com
No Comments

Post A Comment