FELIZ AÑO NUEVO AZTECA

FELIZ AÑO NUEVO AZTECA

FELIZ AÑO NUEVO AZTECA

 

Las líneas que siguen no tienen ninguna pretensión arqueológica. Al contrario, están tocadas de oído, en un tiempo en el que no es fácil distinguir lo que uno ha leído de lo que ha imaginado. Caben por tanto errores graves. Tampoco pretenden abrir reflexión sobre qué clase de cultura fue arrasada por la maldad imperialista de los españoles, cuya conquista impuso dejar de despellejar niños para agradar al dios de la lluvia.

Más bien se trata de tender algunos puentes entre aquella mentalidad y la nuestra, que tal vez ande convergiendo con la de ellos.Partamos de que el año nuevo de verdad no tenía lugar cada 365 días, sino cada 52 años de los nuestros. La cosa tenía que ver con la alineacion de las Pléyades; y permitía poner mucho empeño en los bailongos de la Nochevieja, porque era difícil llegar a celebrar dos en la misma vida.

Al acabar el año 52 el sol se apagaba; y nadie sabía si volvería a amanecer.

Para animarle a hacerlo había que apagar todas las luces, sin dejar ni una sola encendida. También había que eliminar las herramientas de hacer fuego, incluido el fogón de casa, y cualquier figura de una divinidad que uno tuviese en la propia, porque si el sol no salía el mundo se acabaría también para ellas.

Todo el mundo debía esperar en las azoteas. Los niños llevando máscaras para confundir a los monstruos que bajarían del cielo –el que se durmiese se convertiría en ratón; aunque debía de haber algún otro requisito, porque no consta que ninguno lo lograse-. A las mujeres embarazadas se les encerraba en el sótano, porque en otro caso en vez de bebés alumbrarían monstruos con las mismas malas intenciones.

Una vez todo en regla los sacerdotes de Huizilopochtli, que para eso era el dios del sol, encendían el fuego nuevo sobre el pecho de un enemigo, al que se honraba muchísimo eligiéndole para la ocasión. La llama podía prender o no. En el segundo caso nunca amanecería y los monstruos tendrían campo libre para comerse a oscuras a la humanidad. Si había suerte, que siempre la acababan teniendo, el mundo continuaría otros cincuenta y dos años –para el enemigo en cuestión no-.

A partir de ahí empezaban a pasarse el fuego nuevo, llamita a llamita por todas las casas. Al día siguiente volvían a comprar las herramientas para manejarlo y figuritas nuevas de sus dioses. Ya puestos, cambiaban el vestuario y el mobiliario de casa, si hacía falta con préstamos a no más de cincuenta y dos años, pues tocaría repetir la ceremonia y nunca se sabía si volvería a salir bien.

En cuanto a las similitudes con nuestro año nuevo –quiero decir el de ahora mismo, debidamente sajonizado-, cada cual encontrará las suyas. Indudablemente han aparecido retazos de Halloween, del Black Friday, de esa suerte de compulsión colectiva que obliga a todo el mundo a hacer un poquito el ridículo, de forma consciente, para no ser diferente a los demás. Porque, no nos confundamos, los aztecas podían ser sanguinarios pero de tontos no tenían ni un pelo y estoy convencido de que a la mayoría le constaba que el sol saldría aunque dejasen los fuegos encendidos y pasasen la noche apostándose bolitas de cacao.

Con todo, quizás el parecido principal derive de esa incertidumbre sobre si el sol volverá a salir. Hace muy poco tiempo la teníamos. Dicho en otros términos, en términos colectivos cada año que empezaba traería pequeñas novedades, unas buenas y otras malas; pero al concluir la mayor parte de la vida iba a seguir igual.

Partiendo del tópico gastadísimo de los Estados como naves que toman cierta dirección, a todos nos consta que hoy sus brújulas están averiadas. Unas señalan el norte, pero lo sitúan sin hacer el menor caso al eje de la tierra; otras, directamente, apuntan a cualquier otro punto cardinal. Esos monstruos a los que los aztecas querían engañar con máscara ya no habitan sólo en los tebeos de la Marvel. Y mirando al cielo negro, como hacían los aztecas desde sus azoteas, mucha gente tiene la sensación de que pueden bajar.

No es espacio para más profundidades. Destaquemos sólo otra similitud: hace unos años nos habría costado encontrar enemigos en los que encender el fuego nuevo. Ahora, en cambio, la gente empieza a sentir que tiene muchísimos; y, lamentablemente, abundan ya los que estarían encantados de prender la llama en algunos de ellos.

 

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Joaquín Borrell

lynx@librosjoaquinborrell.com
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