
25 Oct ¡ESTÁN LOCOS ESTOS ROMANOS!
¡ESTÁN LOCOS ESTOS ROMANOS!
Según una historia vieja, cuando a un alumno le pidieron que explicase la caída del Imperio Romano hizo un aspaviento con los brazos y dijo: ¡BATABATABUMBUMBUM!
Como es natural hay gente que lo ha estudiado con más profundidad. El más clásico es Gibbon, “Historia de la decadencia y caída del Imperio Romano”. Resulta asombroso cómo un señor del siglo XVIII, cruzando Europa de archivo en archivo con su caballo, pudo recoger todo lo que hoy publican las wikipedias del mundo sin desmentirle prácticamente en nada, pero la verdad es que así seguido resulta un poco duro de leer.
Luego está Spengler, “La decadencia de Occidente”, que no da tanta importancia al cristianismo –para Gibbon debilitó a Roma porque lo primordial dejó de ser defenderla-, coincide en el papel fundamental de la pérdida de las virtudes cívicas e insiste más en la corrupción generalizada. También menciona la cuestión demográfica, de la que enseguida hablamos. Los trabajos posteriores –véase en particular el reciente de Michel de Jaeghere, “Los últimos días; el fin del Imperio Romano de Occidente”– la han ido convirtiendo en el motivo principal.
Dicho en términos directos: en un momento determinado, anterior incluso al final de la República, los romanos libres empezaron a tener menos hijos. Entre los botines de las conquistas y lo que rapiñaban en provincias, el nivel de vida les había subido. Se diría que en tal caso podrían tener más, pero es que a la vez se estaban multiplicando las ocasiones de ocio –en el clásico “panem et circenses”, si el pan está garantizado el circo apetece más-.
No olvidemos que en cuestión de métodos anticonceptivos a los romanos les faltaba poco más que el fútbol televisado para estar en la modernidad
A Auguato ya le preocupaba el tema e intentó fomentar la natalidad, pero a las familias patricias les molestó que se inmiscuyese en un asunto tan privado. Al revés, en su concepto de familia la paternidad biológica no era tan importante como las adopciones, que garantizaban la continuidad de la estirpe. En cambio lo que convenía era que los esclavos tuviesen muchos hijos. No costaban nada de producir, eran baratos de mantener y en cambio venían estupendamente los rendimientos de su trabajo.
Total, que lo que hoy llamaríamos pirámide social empezó a deformarse: poca gente arriba –romanos libres, que eran los que formaban el ejército- y mucha abajo. Bastante de ella resignada y hasta contenta con su suerte –no hay que tomar la esclavitud tipo películas de Espartaco; para muchos equivalía a un trabajo algo basura de los de hoy, cuyos derechos hubiesen recibido montañas de recortes, pero también había los descontentos con razón; y la mayoría procedía de etnias muy distintas a la que fundó Roma.
Entre que cada vez había menos romanos libres y que el servicio militar a la usanza clásica cada vez resultaba más latoso –de quince a veinte años hasta recibir la honesta missio –si se sobrevivía- y un lote no demasiado grande de tierras-, la idea del ejército como cuerpo de ciudadanos voluntariamente entregados a la defensa del Imperio quebró. De algún sitio había que sacar los soldados. No quedaba más remedio que reclutar mercenarios; al principio como tropas auxiliares, reservando a los ciudadanos los núcleos fundamentales, luego ya con carácter general.
Total, que se encontraron ante una típica situación de pirámide invertida, que por ley de geometría si se sigue ensanchando la base acaba por caer. Conste que no aludimos a una cuestión racial –no parece que eso les importase mucho-.
Más bien que la romanidad como complejo de valores, referencias culturales y modelo de sociedad, cada vez fue más minoritaria hasta que en Occidente dejó de existir.
¿Algún paralelismo con la Europa de nuestros días? Que obviamente no es un imperio, pero que sí constituye esa unidad, relativa pero apreciable, de valores, referencias y modelos comunes. No parece que el declive flagrante de la natalidad preocupe demasiado a nuestros políticos –es más, para bastantes de ellos tener hijos sigue equivaliendo, aunque sea subliminalmente, a ser de derechas. Nadie propone volver a dar premios a la natalidad. Simplemente que sea tenida en cuenta entre los criterios principales para la redistribución de las rentas –deducciones por valor real, guarderías gratuitas, complementos a la escolaridad-. Dado que los hijos de unos pagarán algún día las pensiones de los otros incluso cabría el fomento indirecto, mediante el recargo a quienes no contribuyan. En otro caso aceptemos que nuestra sociedad será de bárbaros, que en el sentido propio del término son los forasteros.
No digo que sea bueno ni malo. Simplemente que se asuma.
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