EL FUEGO ARTÍSTICO (FUEGO) IV

EL FUEGO ARTÍSTICO (FUEGO) IV

 

EL FUEGO ARTÍSTICO

Parte 4. FUEGO (También pasa en La Palma)

 

Penúltima entrega sobre las singularidades por las que la isla de La Palma no resulta comparable a ningún otro lugar del mundo conocido; en este caso, admitámoslo, de nuestro mundo cercano. Se prometió clasificarlas por elementos y se ha hablado ya del aire y del agua. Vamos con el fuego.

Todo el mundo sabe que La Palma es una isla volcánica. Significa que durante millones de años fue un territorio submarino. De una primera erupción quedó un poco de lava fría más elevada que el fondo. Luego se fueron sucediendo; lo que no significa que los peces cercanos temieran convertirse en parrillada, porque igual pasaban miles de años entre una y otra. El promontorio inicial creció y creció camino de la luz lejana, al tiempo que su base se ensanchaba. Un día asomó al aire libre sin ser todavía una isla, sino un escollo. Obviamente la cosa no se detuvo ahí, de modo que andamos por los setecientos kilómetros cuadrados y casi dos mil quinientos metros en el punto más alto.

Contado así parece emocionante, siempre que uno no se pare a verla crecer, pero es lo que ocurre con todas las islas volcánicas –se puede aprender sobre ellas volviéndose un poco críos y viendo la película Vaiana-. ¿Dónde está la particularidad? Comparando con las Hawai o las islas de la Sonfa, en ningún sitio. Pero en esta región del mundo claro que las hay y muy notables.

Resulta inevitable empezar por la Caldera de Taburiente. A primera vista parece un volcán. Incluso un volcán impresionantísimo, con diez kilómetros de diámetro y una caída vertical de más de mil metros en su cráter. Obviamente no es el caso; porque es probable que un volcán de esas dimensiones puesto en erupción convirtiese el planeta en algo muy parecido a una bala de artillería y lo mandase hacia otro sistema solar.

Taburiente es el resultado del trabajo acumulado de muchísimos volcanes durante un tiempo casi tan largo, para nuestros cálculos, como el que se necesitó para formar la isla. Así y todo quien viaja debe dejar espacio en el equipaje para la imaginación; y cuesta poquísimo imaginar ese volcán de volcanes e impresionarse en consecuencia. Aun sin eso, esas paredes inmensas y verticales, cuyos dibujos imitan una armería de espadas negras, justifican cualquier esfuerzo por coger el ángulo.

Siguiendo el eje de la isla de norte a sur, se cruzan las Cumbres Viejas –es decir, volcanes apagados que no alcanzaron la espectacularidad de la Caldera-, las Cumbres Nuevas –lo mismo, pero apagados desde hace más tiempo- y se llega al San Antonio. El nombre seráfico es una trampa, porque es un volcán reciente, que en cualquier momento puede despertarse de la siesta y ponerse a hacer estropicios.

Hasta 1971 aquí acababa La Palma. Ese año el vulcanismo se sintió inspirado y apareció el Teneguía, con tanto ímpetu que obligó a rectificar los mapas para alargar un poco más el morro sur de la isla. Quien llegue hasta allí verá un cráter nuevo y prototípico, de los de ceniza negra que casi se percibe como caliente. Como suele ocurrir con los volcanes, se le ve tranquilo y casi domesticado y desde luego es improbable que arremeta contra un visitante; pero cuidado con él de todas formas.

    Queda hablar de la tierra,  con ella de los colores de la isla y con esa excusa improvisar cierta teoría mitológica sobre cómo se formó.

 ……… Continuará.

 

Libros relacionados: Dioses de la palma

Joaquín Borrell

lynx@librosjoaquinborrell.com
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