DE MATRACAS Y EPIDEMIAS

DE MATRACAS Y EPIDEMIAS

 

DE MATRACAS Y EPIDEMIAS

Se está hablando en estos días de una aplicación que, descargada en el móvil, nos avise de que hemos tenido cerca a una persona infectada por el coronavirus. Desconociendo cuanto quepa desconocer en la materia, imagino que no porque el móvil detecte al bicho -si fuera tan fácil ya habría muchos más localizados-, sino porque alguien ha introducido en el sistema el número del infectado. He oído que en el Parlamento Europeo andan preocupados por la intrusión en la intimidad que supone; y, a falta de ideas claras sobre lo que conviene -al menos en esto coincido con la mayor parte de los políticos-, me abstengo cuidadosamente de opinar sobre la bondad o perversidad del invento.

Lo que sí viene a cuento de estos posts es mirar hacia atrás para hallar dónde se han aplicado ya inventos parecidos.

Porque una de las frases hechas más ciertas es la de que no hay nada nuevo bajo el sol y la presente pandemia lo está corroborando. Véase si no el parecido entre el aislamiento hotelero que se está prescribiendo para quien viaja desde otro país y el régimen de los lazaretos, que eran esos lugares cercanos a los puertos en los que se confinaba durante cuarenta días, con sus equipajes, a los que llegaban desde un país sospechoso de transmitir contagios.

Lazareto en Almería

En la Edad Media no habían inventado la app. Sin embargo si uno se iba a cruzar con alguien vestido con un capote pardo y capucha calada, tocando una campanita para avisar desde lejos a los despistados, cambiaba inmediatamente de cuneta como ahora buscamos con más o menos disimulo la otra acera si alguien tose por la que vamos. Y es que aquella app anticipada le estaba notificando que tenía en las cercanías a un leproso.

Leproso por la calle

El caso es que, a diferencia del coronavirus, resulta muy difícil que la lepra se contagie. Incluso podría decirse que algunos lo sabían; por ejemplo el Cid, que, al menos según la leyenda primero y Rubén Darío después, incluso se quitaba el guantelete para saludar a un leproso –“hermano, te ofrezco la desnuda limosna de mi mano”-. Claro que para eso era un héroe y desde luego se apartaba de la norma general. Pero qué le vamos a hacer, por entonces se la temía tanto que se prefería no correr el riesgo, aunque fuese a costa de marginar a los enfermos y convertirlos en parias explícitos. Si en el párrafo anterior se ha hablado de cunetas ha sido porque los leprosos, entre otras limitaciones, tenían prohibidísimo entrar en poblado.

Conste que el temor ha durado hasta época muy reciente. En muchas comarcas valencianas -por ejemplo en La Marina, que es donde se instaló la leprosería de Fontilles– la palabra para designar la lepra es “el mal”, como si no hubiese otro. Y yo aún he oído contar a mi padre cómo en su juventud se clausuraba la casa del enfermo y se instalaba una polea para subirle la comida. “Es que Fulano té el mal”, se explicaba; y todo el mundo daba un rodeo para evitar aquella fachada.

Leprosería más antigua de España

Hemos dicho antes que el leproso tocaba la campanita. Era una posibilidad, alternativa a las tablillas de San Lázaro. Eran, y son, esas piezas de madera en las que una choca contra otra, algo así como unas castañuelas a lo bestia, consideradas en nuestros días como un instrumento de percusión.

Tablillas de San Lázaro

No hay que confundirlas con la carraca, que emite los sonidos cuando la pieza central gira sobre un martinete; aunque hay quien sostiene que también servían como avisadoras de leprosos.

Añadamos que un sinónimo de carraca es matraca y de ahí el título. No parece que la frase encomie lo bien que suena su música.

Son curiosidades, que lamentablemente no contribuyen a la erradicación de la pandemia, por más que el saber no ocupe lugar. En cuanto al efecto de esos chivatos de infectados de los que hablábamos al principio, sobre la expansión del virus y sobre la cohesión social, usando otra frase hecha que sirve para no mojarse, doctores tiene la Iglesia. Bueno, tenía, y. aunque sea en otro sitio, esperemos que los siga habiendo con capacidad de acertar.

 

 Libros relacionados: Hielo Rojo de Febrero

Joaquín Borrell

lynx@librosjoaquinborrell.com
No Comments

Post A Comment