
15 Nov DE LA BALANZA Y EL COBRE
DE LA BALANZA Y EL COBRE
No se trata de ponerse a dar lecciones sobre Derecho Romano, cuya sola mención ha producido en casi todos los tiempos un interés incontenible por el bar de la facultad; pero a veces conviene recordar algunas de sus instituciones, para mejorar algo la óptica del mundo actual.
El credo de la Misa Campesina habla del romano imperialista, además de puñetero y desalmado. Sin ser inexacto, podría sustituirse de forma aún más veraz por el romano formalista, pues lo eran y mucho. Para transmitir las cosas que estimaban importantes –siervos, que a efectos jurídicos estaban cosificados, animales de tiro y carga e inmuebles en suelo itálico- tenían organizado un sistema jurídico al que, obviando las especialidades por razón del objeto para que la gente no corra hacia el bar, cabe dar un repaso.
Por un lado podían acudir a la mancipatio: ante seis testigos ciudadanos, uno de los cuales debía llevar una balanza, el comprador decía: “afirmo que tal cosa es mía según Derecho y que la compro con este cobre y esta balanza”. Después ponía un pedacito de cobre en el platillo y se lo daba al vendedor (que, obviamente, había cobrado antes el precio verdadero). Como se dejasen algo –un testigo, la balanza, el pedacito o una palabra de la fórmula- la transmisión no valía.
Si la formalidad les parecía poca, o no tenían ninguna balanza a mano, podían recurrir a la in iure cessio. Tras acudir al magistrado, el comprador decía que reclamaba la propiedad; también con una fórmula fija, “afirmo que este hombre –o mujer, o campo, o lo que fuera- es mío según la ley de los Quirites (es decir, los romanos antiguos)…” y añadía unas cuantas frases, igualmente inmutables. El vendedor decía que aceptaba la reclamación; y todos felicitaban al primero, porque había ganado el pleito.
¿Qué tiene que ver esto con el mundo actual? Que, aunque casi todos crean que la evolución es la contraria, tal vez en esta materia estemos volviendo a la romanidad. La espiritualización del Derecho –dicen nuestras Partidas: “de cualquier forma que el hombre se obligue, obligado quede”– fue un logro cultural de la Baja Edad Media; aunque hay que reconocer que los juristas bizantinos, también contra lo que el tópico asignar a su civilización, habían avanzado bastante en eso.
Como es natural, hace trabajar mucho más al intelecto que las fórmulas fijas: qué quiere decir cada término, en qué contexto se enmarca; y sobre todo la aplicación de esas reglas de la lógica y de las matemáticas elementales que se supone que los humanos llevamos en nuestro software –es decir, en el intelecto-; a título de ejemplo, el todo comprende para las partes, o quien puede lo más puede lo menos.
Corren malos tiempos para la espiritualización, por diversos motivos.
Para empezar, los ordenadores tienen su propio software; y, aunque parezca lo contrario, son más torpes que los humanos, aunque también sean mucho más rápidos. Necesitan las cosas parametrizadas, es decir metidas en casillas y con arreglo a definiciones inmutables. Cabría oponer que la realidad es tan amplia que no hay quien la encasille; pero lo que se está pidiendo en la práctica, mediante el recurso a formularios inmutables, es que se la reduzca a todo lo que las casillas puedan abarcar.
Otro factor es la universalización del Derecho. Si pretendo un determinado efecto y dudo si lo que estoy haciendo lo va a producir, puedo hacer una de dos cosas: acudir a quien sí lo sepa o pedir un protocolo–en el sentido de serie de actos reguladísimos, que es lo que en definitiva hacían los romanos con sus fórmulas- que le asegure el efecto; pero en tal caso que se olvide de las especialidades y de todo lo que se salga de la regla común.
Y aún queda hablar de los destinatarios, es decir, de los que deban dar el acto por bueno para ese efecto. Si no son muy trabajadores, o lo son tanto que quieren adelantar lo más posible en el mínimo tiempo, mejor para ellos cuanto más fáciles se les pongan las cosas. Si entramos en el terreno de las complejidades, éstas van a requerir una preparación proporcional a su grado. Ésta es difícil de obtener, pero sobre todo cansa ejercerla; y en cambio las fórmulas fijas producen los mismos efectos que para un ciclista la cuesta abajo.
Total, que para los tiempos que están llegando igual conviene ir guardando pedacitos de cobre y alguna balanza.
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