
10 Ene AGUA ENEMIGA. (AGUA) III
AGUA ENEMIGA
Parte 3. AGUA (También pasa en La Palma)
Un par de posts anteriores han destacado las singularidades que diferencian La Palma de cualquier otro lugar del mundo conocido. También se ha anunciado detallarlas en relación con los cuatro clásicos elementos naturales. Tras hablar del aire, toca un repaso al agua.
Nadie cree ya que las islas Canarias sean las montañas de la Atlántida, que quedaron sobre el nivel del agua cuando el continente se hundió. Lástima, porque era una idea muy sugestiva, que explicaba alguna singularidad del carácter isleño. Por ejemplo, por qué tan pocos canarios parecen tener interés en navegar; como si en su memoria genética hubiese quedado el susto de sus antepasados cuando vieron el tsunami tragarse el continente.
También es obvio que varias de sus islas disponen de playas famosas convencionales, de ésas de arena llenas de sombrillas y cajitas de crema protectora. Sin embargo aquí estamos hablando de La Palma; y quien se dé una vuelta por ella comprobará que el mar y la tierra mantienen allí una relación muy especial.
Un paisaje de playas y caletas acogedoras parece indicar armonía entre los dos elementos. El de La Palma apunta, por el contrario, a una frontera litigiosa, que se disputan dos colindantes enfrentados. Sin necesidad de marejadas, el Atlántico suele resultar intimidante, gris acero movedizo; y cuesta poco imaginarlo dando vueltas a la isla como los pieles rojas a las caravanas en las películas del Oeste, en busca de una brecha por donde acometerlas.
Cuando sopla el viento oceánico, que sólo con esta mención ya resulta aullante y amenazador, el asalto se perpetra. Por fortuna la isla tiene las defensas preparadas, semejantes a una muralla de grandes promontorios que parecen desafiar las embestidas. Pero es que además es uno de los pocos lugares en los que la tierra contraataca, sin necesidad de esperar a que el mar se rinda rebajando su nivel.
Ya hablaremos de los volcanes. Aquí toca decir que en La Palma están domesticados, al menos por el momento; pero que así y todo siguen teniendo brío para modificar el mapa asestando puñaladas al mar. Aun no hace ni cuarenta años de la erupción del Teneguía, que modificó el mapa de la isla afilándole la punta sur; pero es que hacía muy poco tiempo, en términos absolutos, que el San Antonio había anticipado la embestida con el mismo efecto.
En cuanto al agua dulce, sería impropio calificarla de enemiga, en La Palma ni en ningún sitio. Los palmeros la necesitan como todo el mundo y han aprendido a domarla con el ingenio que suele desarrollar la falta de ríos. La isla hace otro tanto por su cuenta, aprovechando la humedad del aire y administrando sabiamente las reservas líquidas en el subsuelo.
No quita para que el agua dulce sea muy peligrosa en estado libre, es decir cuando llueve; y aquí la isla colabora como si los rociones le despertasen alguna especie de instinto cazador. Debajo de la vegetación no hay tierra que sirva de esponja. Lo que hay es roca, dispuesta en pendientes acusadísimas perfectas para servir de tobogán.
Significa que cuando la tormenta descarga lo de menos es que uno se moje. Lo que parecían caminos acogedores se mudan de repente en ramblas homicidas, por las que baja con fuerza el agua como de un depósito al que le hubiesen quitado el tapón.
La isla se convierte entonces en un laberinto de arroyos que se buscan para toparse.
A poco de salir el sol los verdes están más brillantes y las gotitas de agua en las hojas de la laurisilva la vuelven más bonita todavía; pero más de un excursionista despistado, que no buscó una altura al ver que el cielo se encapotaba en serio, habrá quedado para siempre –nos referimos a su espíritu- en el fondo de una vaguada. No será mal sitio para rondar como fantasma, pero seguramente no era ésa su intención cuando llegó.
Ya hemos adelantado algunas cuestiones sobre el fuego –pero no hablado del volcán de volcanes que es la Caldera- y sobre la tierra, aquí en relación a la paleta de colores, bastante limitada en número pero ilimitada en sus gamas
……… Continuará.
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